sábado, 2 de octubre de 2010

Geronimo Stilton, héroe a su pesar


Un pequeño detalle, en el que se repara por puro azar, puede estimularnos, si se está abierto a ello, a desarrollar un complejo proceso de investigación. A eso me llevó uno de los paseos en los que discurro por mi ciudad. Ese discurrir, en su doble acepción de reflexionar acerca de algo y de ir de un lugar a otro, me condujo delante del escaparate de una tienda de especialidades gastronómicas. Allí, expuestos de manera muy apetecible, se mostraban diversas clases de quesos etiquetados con cuidadoso primor. Me llamó la atención, sobre todo, el que se denominaba Stilton. Y me llamó la atención porque mi hijo, desde los 6 años, es un voraz lector de las aventuras de Geronimo Stilton, o lo que es lo mismo, es un fan incondicional del personaje más famoso de la literatura infantil actual, incluso su desayuno preferido es un delicioso pan con queso a lo Stilton que nos hemos inventado. Considerando que el protagonista de esas historias es un ratón, me pregunté si el nombre de ese queso tendría relación con el origen de su apellido.

Como un resorte, se disparó al punto mi propensión a la investigación. Y me puse de inmediato a la tarea indagadora. En el establecimiento de productos exquisitos, conseguí la primera información. Averigüé que este queso está considerado en el Reino Unido como the king of cheese, esto es, el rey de los quesos.

Continué tirando del hilo de este dato y descubrí que el nombre de esa delicatessen tiene un origen literario. Se debe, nada más y nada menos, que a Daniel Defoe, “padre” de la novela inglesa, y célebre autor de Robinsón Crusoe. Para ser exactos fue debido a un error suyo, y esto lo convierte en más literario aún. Expliquémoslo. Alrededor de 1727, Defoe viajaba redactando una pormenorizada guía de Inglaterra y Gales. Recorría pueblos y ciudades y anotaba lo más relevante de cuanto veía. Al pasar por el pueblo de Stilton, lugar de obligado descanso de carruajes y viajeros, entró a comer en una afamada posada. Allí le ofrecieron un queso que le pareció extraordinario, y no se le

olvidó consignarlo en sus notas. ¿Cuál fue el error? Pues escribir que aquel pueblo era famoso por “ese” queso. Así apareció en su guía. No supo que lo elaboraban en un condado cien kilómetros más lejos. Como hasta tiempo después nadie reparó en esa equivocación, le adjudicaron al queso el nombre de esa ciudad, lo cual, por otra parte, demuestra la potencia de lo escrito.

Miren por donde vamos de la gastronomía a la literatura y esto no deja de ser un camino la mar de apetecible: leer después, o a la vez, de una buena degustación.

Y ahora indaguemos sobre el nombre Geronimo, así sin tilde, aunque el corrector automático de word se empeñe en ponérnoslo con j y con tilde en la primera o.

¿Tendrá algo que ver con el legendario jefe indio? Para cualquiera que investigue las palabras, buscar sus conexiones resulta fascinante.

Jerónimo fue un indio apache de un coraje sin igual, hasta los blancos que lo combatían alababan su valor. Se lanzaba al ataque con tal denuedo que su nombre se convirtió en el grito que se da al emprender cualquier acción arriesgada.

¿Se le habrá puesto el nombre al ratón apellidado Stilton como homenaje al indio apache? ¿O fue porque el supuesto autor o autora daban ese grito en situaciones de trance peligroso?

Adelantemos que, en efecto, su nombre se debe a ese grito. A nuestro ratón, sin embargo, le vendría mejor lo que significaba ese nombre en lengua apache. Por lo visto, de niño, el que iba a ser famoso guerrero se quejaba con frecuencia de estar cansado y aburrido. Su padre le puso el nombre de Jerónimo porque en su lengua significa “el que bosteza con frecuencia”, para que luego hablen de la apatía de los niños de hoy.

Ya estamos mejor preparados para hablar del personaje Geronimo Stilton, el gran fenómeno editorial del siglo XXI. Las cifras de ediciones y de libros vendidos son astronómicas. Y está a punto de entrar en China de forma masiva. ¿Cómo va a afectar la llegada de Stilton a este inmenso país donde en muchas partes se comen a estos roedores, y en otras son una de sus más dañinas plagas? ¿Cambiará Stilton el mal concepto que se tiene en China de sus congéneres? Será apasionante seguir su influencia en esa cultura con ancestral aversión hacia los ratones, y comprobar si un ser imaginario modificará unas creencias de origen milenario.

Es hora de trazar el perfil biográfico de este personaje que está arrasando en los establecimientos dispensadores de imaginación, esto es, en las librerías de medio mundo.

Cualquiera pensaría, por lo que se ha venido diciendo, que debe tratarse de un héroe con unas características muy especiales, con un carisma singular y con una fuerza de atracción tan grande que no hay lector que se resista a seguirlo allá donde le lleve la lectura.

Siento decepcionar a quien aún no lo conozca. Geronimo Stilton, él mismo lo recordará con insistencia en todos y cada uno de sus libros, es una persona, perdón, un ratón de lo más corriente, de hábitos muy regulados, amante del orden y de las buenas costumbres. Adora la placidez de la monotonía, la vida sencilla sin excesos de ningún tipo. Y, faltaría más, disfrutar de un buen queso: pongamos un gorgonzola, por citar uno de sus preferidos. Su ideal de bienestar es gozar, bien relajado, de la lectura de un buen libro mientras escucha música clásica. La trepidante música actual lo desquicia. El rock se halla en las antípodas de sus preferencias.

En una entrevista que me concedió para el suplemento infantil La Oreja Verde el 10 de noviembre de 2007, y que se sepa la única a la que se brindó hasta el momento, Stilton me confesó:

“–Soy bastante cobardica. Pero por esas extrañas casualidades que a veces nos depara la vida me he visto metido, sin quererlo, en aventuras impresionantes.

–¡Y tan impresionantes! Recuerdo cuando fue usted al Kilimanjaro o al Reino de la Fantasía, por citar sólo dos ejemplos. ¿Podría explicarnos quién es en realidad, señor Stilton?

–Estoy cansado de repetir, una y otra vez, que soy un tipo de los más normal. Vivo en Ratonia, la capital de la isla de los Ratones. Dirijo el periódico más famoso de esta isla, «El Eco del Roedor». Adoro la vida tranquila, sin sobresaltos.

–Pero también le entusiasman las aventuras y los viajes, ¿no?

–Para nada. Las aventuras sólo me gustan en los libros. Mire, sufro de mareo y de vértigo y, para colmo, como ya le dije, soy muy miedoso. Le confieso que a veces tengo miedo hasta de mi propia sombra.

–Pues quién lo diría leyendo las peripecias que le han hecho famoso en el mundo entero. ¿Acaso sólo han sido aventuras imaginadas?

–No, claro que no. Todo lo que relato lo he vivido, pues tampoco tengo tanta imaginación como para inventarme lo que cuento. Yo sólo soy un periodista que narra lo que le ha pasado. Nada más.

–Nada más y nada menos. Ha ido usted a lugares impensables.

–Sí, ya sé que he tenido la gran suerte de haber podido viajar a dónde nadie ha conseguido hacerlo. Sé que he afrontado tremendos peligros, y que en numerosas ocasiones llegué a estar convencido de que ya no regresaría jamás a mi isla, como cuando me trasladé en una máquina del tiempo hasta la era de los dinosaurios. Todavía me entran escalofríos al recordarlo. Ve como soy un cobarde”.

Este pequeño fragmento de aquella conversación con Stilton sirve para darnos una idea de la personalidad de este héroe nada, nada extraordinario. Y si a esto le añadimos que se trata de un ratón adulto, no de un niño o un joven, nos preguntamos qué encuentran los millones de lectores en su forma de ser para sentirse tan identificados con él.

Detengámonos un momento en eso de la identificación con personajes de ficción. Sorprende que se haya estudiado tan poco algo que tanta influencia ejerce en nosotros. La identificación se produce cuando constatamos que los seres imaginados, construidos sólo con palabras, experimentan emociones similares a las nuestras o nosotros similares a las de ellos. Compartimos las alegrías y las desdichas de estos personajes que, oh asombro, están construidos con los impalpables materiales de lo ficticio. Para que exista identificación, es indispensable que se dé una aparente, sólo aparente, contradicción: que esos sujetos imaginarios estén sostenidos sobre los sólidos cimientos de la credibilidad. No podemos sentirnos identificados con personificaciones en las que no creemos. De acuerdo con un proverbio napolitano, un relato no es nada sino te dice algo substancioso sobre tu vida. Los entes irreales que nos dicen algo de verdad importante, son los que nos hacen palpitar, los que nos conmueven o remueven, los que hacen que nos sintamos nosotros en ellos.

¿Y en qué se puede identificar un niño, de pongamos ocho años, con ese roedor de apariencia tan anodina?

Pues en esa disponibilidad para todo sin ser nada. A Stilton la aventura le llega sin buscarla ni desearla. La experiencia que vive en cada una de esas peripecias es la que es realmente digna de ser contada. Él, precisamente, se dedica a la información, a dejar constancia de lo que acontece cada día, pero en su periódico nada le pasa, porque, como dice el filósofo Jorge Larrosa, “lo que pasa, lo que sucede, lo que ocurre no es la experiencia; la experiencia es lo que nos pasa, lo que nos sucede, lo que nos ocurre”. La información uniforma, la experiencia forma. Los niños y niñas están deseando que les pasen cosas. Al pedirle a una niña andaluza de seis años que formulara un deseo con siete palabras, contestó abriendo mucho los ojos: “Qué pase algo guay en la escuela”. Quería, pobrecilla, salir del tedio, de la monotonía del aburrimiento de todos los días lo mismo y de la misma manera.

Geronimo Stilton se ve envuelto sin quererlo en las más increíbles creíbles peripecias sin desearlo deseándolo. Eso es lo que, a mi entender, engancha y crea adicción, porque la aventura es la vida vivida en toda su plenitud. ¿Quién no ansía vivir esa plenitud o aproximarse a ella?

Poca fuerza tendría Stilton, sin embargo, sin el característico diseño que arropa cada libro. Optaron en la edición de la serie, por un formato cómodo, de fácil manejo y transporte. Y además, cosa nada baladí, a un precio muy asequible. Los títulos especiales se editan en formato de más empaque, con más páginas y tapa dura, aunque sin dispararse tampoco de precio. Pero la marca de la casa, la seña de identidad, que de inmediato fue copiada, es la de presentar cada página, siempre a color, salpicada de ilustraciones y de un combinado de diferentes tipografías con las que se resaltan palabras expresiones, emociones, acciones y sonidos onomatopéyicos. La tipografía adquiere función de ilustración, le da ligereza al texto permitiendo una ágil lectura. La acción, casi visual, predomina sobre la descripción.

Esta presentación tan atractiva para los que se inician en la lectura, es contemplada con cierta reticencia por los educadores, como si tanto colorido fuera, a priori, sospechoso de tapar insuficiencias literarias.

El fenómeno Stilton debería incitar a la reflexión. Es una colección de libros que no suele aparecer en las listas que recomiendan los expertos, que suscita recelos en los críticos sobre su calidad literaria, que no se recomienda en las escuelas ni es frecuente que figure en las propuestas de los animadores. Tampoco ha sido publicitado en televisión, y sólo desde hace muy poco tiempo pueden verse sus películas, dos veces por semana, empaquetadas en el abigarrado surtido de series televisivas de la Cartoon Network.

O sea, que son libros elegidos por los propios niños y su difusión se ha producido, sobre todo, de boca a oreja. Son los niños y niñas de entre 6 y 11 años quienes solicitan esos libros; son ellos, sin mediadores, los que han tomado posesión del personaje; aunque a la vez, todo hay que decirlo, el personaje los haya poseído también a ellos.

Igual que Harry Potter, Stilton es un fenómeno mediático, pero éste dirigido a un público situado en ese territorio complicado en el que ni se es niño ni se es adolescente, ese público, tan olvidado que ya dejó de leer cuentos, pero que no digiere grandes relatos. Y ese público ha escogido estos libros, entre otras apetecibles peculiaridades, por su estilo de acción trepidante encerrada en capítulos cortos en los que pasan muchas cosas. Esa es la característica más llamativa de la saga Stilton: el que siempre pase algo, y no sólo en cada libro, sino en cada capítulo, y si me apuran, en cada página. Y eso que pasa, les pasa también a sus lectores. Mi hijo, de siete años, me comentó sin preguntarle nada y con la mente situada en algún lugar fantástico: “Cuando

leo uno de los libros de Geronimo es como si estuviera dentro de ellos”. Ese estar dentro de la aventura, formar parte de ella, es la clave, el secreto de que ciertas ficciones nos atrapen en la seductora red de su trama. Y en las primeras edades los seres humanos somos aún más vulnerables a ese dejarnos llevar por la fascinación que los relatos nos prometen.

Geronimo Stilton muestra a las claras esa dicotomía entre lo que los más pequeños eligen leer y lo que los adultos queremos que lean. Daniel Pennac, en su último libro, Mal de escuela, ejemplificaba esta dicotomía al referirse al éxito obtenido entre los jóvenes por la película El club de los poetas muertos, que fue, según afirma: “Unánimemente abucheada por nuestra crítica y nuestras salas de profesores”.

Lo que le dijo a Pennac un alumno sirve como respuesta a todos esos productos que los niños adoran y los adultos rechazan:

“Bueno, a los profes no les gusta. Pero es nuestra película, no la suya”.

Los lectores de esta saga, parodiando al alumno de Pennac, nos dicen lo mismo:

“Podéis rajar cuanto os apetezca contra Stilton, pero son nuestros libros, no los vuestros”.

No puedo dejar de reflexionar sobre algunos de los personajes que acompañan a este “héroe a su pesar”, y le dan la réplica en sus diferentes aventuras, subrayando aún más su perfil temeroso, reservado y reflexivo. Destaco dos de ellos por situarse uno en el polo positivo y otro en el polo negativo. En el positivo estaría situada su hermana Tea, a la que él adora y admira. Es una ratona con los tres “in” que para sí quisiera Geronimo: independiente, inteligente e intrépida. Tea ha ido adquiriendo tanta vitalidad que ya es protagonista de sus propios libros.

En el polo negativo, se encuentra su primo Trampita, un ratón tan grande como fatuo. Presume sin parar de ser mejor que Geronimo. Se considera un experto en todo sin saber de nada. Enfurece a su primo con sus insoportables bromas pesadas. Nunca escucha, nunca razona y expresa sus opiniones como si fuesen verdades absolutas. Este antipático personaje se cree el más simpático, claro está. Realza la figura del protagonista, aunque le haga perder la paciencia con harta frecuencia. ¿A quién no le encorajinan esos cargantes sabiondos que, amén de tener que sufrirlos, nos espetan, si nos enfrentamos a sus ácidas burlas, que no tenemos sentido del humor?

Permítaseme introducir ahora un aderezo de ficción. Se dice que Geronimo Stilton fue ideado allá por 1988 por la escritora italiana Elisabetta Dami, y que luego ella, y el editor Pietro Marietti, crearon todo un emporio empresarial, al que pusieron el nombre de Atlantyca, para desarrollar la potente idea original. ¿Qué obras tiene Dami de literatura infantil? Si ha publicado algún libro, debe de estar guardado en un cofre secreto cerrado con siete llaves. Hemos rastreado en Internet con minuciosidad detectivesca y no figura ningún título que lleve su autoría.

En un estupendo artículo publicado en Qué leer, la periodista Claudia Cuchiarato da credibilidad a ese rumor. Es más, llega a insinuar que el nombre del ratón más famoso del mundo surgió del grito quitamiedos ¡Jerónimo!, que lanza la presunta creadora de la idea cada vez que, practicando paracaidismo, se arroja desde un avión. Eso sí que es rizar el rizo de la invención. Resulta más verosímil pensar que es Geronimo Stilton el creador de Elisabetta Dami. ¿Con qué intención? Está claro: para dirigir su imparable promoción.

Lo que de verdad se desprende del artículo citado es que la ficción envuelve por completo a la edición. Hasta tal punto esto es así, que la editorial italiana, de donde sale toda la producción stiltoniana, es muy probable que no sea más que una sucursal administrativa de El eco del Roedor en el prosaico mundo humano.

Concluyo. Geronimo Stilton es un ratón que vive aventuras increíbles, y que, además, las cuenta en sus libros sin alardes literarios ni heroicos. Es, caso raro, un protagonista escritor que narra sus proezas con la humildad y la perplejidad de quien ha sido arrastrado a vivirlas muy a su pesar. Los niños y niñas cuyo tiempo se halla okupado (con k de okupa) en tareas constantes, aunque sin vivir experiencia alguna, siguen entusiasmados a este roedor sabiendo que en su compañía les pasará algo excitante, algo que podrán llamar, de verdad, experiencia.

La Mona Lisa


Título: ¡Mira qué arte! La Mona Lisa
Autora e ilustradora: Patricia Geis
Editorial: Combel
A partir de 9 años

A la profesora de Sara Rodríguez y Daniel López no le cogió por sorpresa la pregunta que le hicieron estos dos alumnos, pues ella les decía con frecuencia que las buenas preguntas eran las semillas del conocimiento.
–Profe, ¿puedes decirnos cuál es el cuadro más famoso del mundo?
Ella aprovechó su interés para invitarles a investigar.
–Me gustaría que vosotros mismos buscarais la respuesta a ese interrogante. Y una vez que la sepáis, nos contéis a toda la clase lo que habéis averiguado. Os sugiero que empecéis vuestra indagación en la biblioteca.
La maestra siempre alentaba a sus alumnos a investigar, como si fueran detectives, y a pensar por sí mismos.
La biblioteca era algo así como el sistema nervioso del colegio, porque su función era conectar las peticiones de información que surgieran en cada clase con las respuestas adecuadas que estaban en los libros que allí había.
Cuando los dos compañeros le hicieron la pregunta a la bibliotecaria, ésta les mostró un libro de aspecto muy atractivo. Se titulaba La Mona Lisa. Nada más abrirlo leyeron asombrados:
«La Mona Lisa es el cuadro más famoso de la historia. Está en París, en el museo del Louvre».
–¡Vaya! –exclamaron al unísono– parece como si este libro nos hubiera estado esperando.
El libro era una maravilla, tanto por las ilustraciones como por lo que en él se contaba.
Gracias a él, cuando lo presentaron en clase, y relataron las impresionantes peripecias que este cuadro había pasado, a todos se les contagió una enigmática sonrisa, la sonrisa de La Mona Lisa. Sara y Daniel acabaron su presentación diciendo:
–Quienes quieran saber la historia de este cuadro, quién lo pintó y qué características tiene, que lea este libro. Quedarán fascinados.

Alexander Calder


Título: ¡Mira qué artista! Alexander Calder
Autora y diseñadora: Patricia Geis
Editorial: Combel
De 6 a 106 años

En el colegio Los Campones, de El Berrón (Siero), María Luisa, una de sus creativas maestras, ha propuesto a sus alumnos que interpreten en clase a un hombre o una mujer que haya realizado alguna labor destacada a lo largo de la historia de la humanidad. Para ello, cada uno elegirá libremente un personaje. El día que les toque representarlo, tendrán que contar muy brevemente quién es. Después, sus compañeros le harán preguntas que el actor deberá responder como si fuera ese importante personaje. Cada uno tendrá que investigar en la biblioteca escolar sobre la relevante personalidad que haya escogido.
Esta interesantísima idea ha propiciado que por el colegio hayan pasado ya Frida Kahlo, Charles Darwin, Marie Curie o Leonardo da Vinci, entre otros muchos.
Cuando le tocó el turno a Abel Canteli, de 10 años, se dirigió a sus compañeros de clase diciendo:
–Hola, me llamo Alexander Calder y soy un artista, pero podéis llamarme Sandy, como hacen mis familiares y amigos.
Esta sencilla presentación fue suficiente para que toda la clase se convirtiera en una sala de prensa preparada para entrevistar a un gran artista. Las manos de los periodistas no dejaban de levantarse. Las preguntas se sucedieron una tras otra.
–¿Dónde y cuándo naciste?
–Vine al mundo en Filadelfia (Estados Unidos) en 1898.
–¿Por qué eres conocido?
–Porque soy un artista capaz de hacer una obra maestra con cualquier cosa, hasta con lo que se tira a la basura.
–Te animaron en casa a ser artista o tus padres hubieran preferido que te dedicaras a otra cosa.
–En mi casa me tiraron de cabeza al arte, ya que mi padre y mi abuelo eran escultores y mi madre pintora, así que todos satisfechos con mi dedicación.
–¿Cuáles son tus obras más famosas?
–Parece ser que mis móviles
–¿Qué son?
–Esculturas que se mueven.
–Como artista, ¿tienes algún color preferido?
–Ya lo creo. Mi color más querido es el rojo. Tengo varias esculturas, no móviles, sino quietas, estables, pintadas de rojo.
–¿Cómo podemos nosotros conocer algo más de tu vida y de tu obra?
–Muy fácil. Leyendo y mirando el estupendo libro ¡Mira qué artista! Alexander Calder, este que tengo en las manos. Creo que es uno de los mejores que se han hecho para que los niños me conozcan. Es fantástico. Me hubiera gustado publicarlo a mí. Os invito a que lo abráis y realicéis un retrato de perfil con la cadena que aparece en una de sus páginas. El libro está pensado para que todos sean capaces de crear igual que yo.

martes, 29 de junio de 2010

VÉRTIGO

LEE, EN SU EDICIÓN DIGITAL, EL ÚLTIMO ARTÍCULO, DEDICADO AL VÉRTIGO, QUE HA SIDO PUBLICADO EN EL PERIÓDICO ASTURIANO "LA NUEVA ESPAÑA".

Título: Mi hermano el genio
Autor: Rodrigo Muñoz Avia
Ilustrador: Jordi Sempere
Editorial: Edebé
A partir de 9 años
Premio Edebé de Literatura Infantil

Virginia Herrero y Abel Gutierrez, ambos de 9 años, tenían una importante misión que realizar. Debían entrevistar a una niña que se llamaba Lola. El encargo se lo hizo su maestra, pues Lola es la autora o la protagonista de un libro.
Los dos niños pensaron que el mejor lugar para encontrarla era en la biblioteca. Y sí, allí estaba ella con un balón de fútbol en la mano y cara de pocos amigos.
–Hola, ¿tú eres Lola?
–¿Me conocéis?
–Sí, parece ser que has escrito un libro, ¿no es así?
–Bueno, me ayudó un escritor, un tal Rodrigo Muñoz Avia, pero yo se lo dicté todo, por eso está escrito en primera persona. Él, lo único que hizo, y debo reconocer que lo hizo bien, fue escuchar y copiar lo que yo le decía. Hasta le dieron un premio importante por contar mi historia.
–Perdona, pero pareces un pelín enfadada.
–No es para menos. He discutido con mi madre.
–¿Se puede saber por qué?
–Sentaros. Os contaré mi vida por capítulos.
–Esto, bueno, verás es que no tenemos más remedio que volver a clase dentro de poco, ¿podrías hacernos un resumen?
–¡Vaya, yo no escribo un libro para hacer un resumen!
–Espera, espera, no te enfades más. Mira, qué te parece si nos adelantas ahora algo de lo que te pasa y luego, llevamos el libro a casa y lo leemos con calma.
–Vale, de acuerdo. Veréis a mi me apasiona el fútbol, y soy la única chica que juega en un equipo masculino. Sé que es un poco raro, pero si juego en ese equipo es porque creen que soy buena. En mi casa esto no lo consideran importante. Lo único que a mi padre y mi madre les importa es mi hermano. Por eso el libro se titula Mi hermano el genio.
–¿También juega al fútbol?
–¡No me hagáis reír, jugar mi hermano al fútbol! Mi hermano es un genio del piano. Y yo me pregunto: “¿Por qué mi madre nunca me deja escoger lo que quiero? ¿Por qué tiene que ser más importante ver cómo triunfa mi hermano que jugar un partido de fútbol?” Veis ese es el problema, por eso estoy enfadada y por eso escribí este libro. Bueno, ya tenéis un resumen resumidísimo. Ahora si queréis de verdad conocer lo que me pasó, leed el libro, vais a flipar.


sábado, 5 de junio de 2010

Wangari y los árboles de la paz

Título: Wangari y los árboles de la paz
Autora e ilustradora: Jeanette Winter
Editorial: Ekaré
De 6 a 106 años


La maestra de Adrián Díaz, de 7 años y de Lucía Montes, de 6 años, habló en clase de una mujer extraordinaria, Wangari Maathai, que fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz en el año 2004. Pero no les largó un discurso de esos tan habituales en los que los maestros hablan y hablan y los niños escuchan, no. Les hizo una propuesta mucho más interesante:
«Imaginaros que yo soy Wangari y vosotros periodistas que me entrevistáis. Y aquí estoy para lo que queráis saber».
La preguntas surgieron sin parar. La maestra-Wangari hasta tuvo dificultades para contestar a algunas de las complicadas preguntas de sus alumnos.
Y la propuesta continuaba. Los niños y niñas tenían que contarles, cada uno, a un niño diferente de otra clase, quién era Wangari y, luego, esos niños, les enviarían una carta, redactada entre todos, explicando lo que habían averiguado a través de estas conversaciones con sus compañeros.
Fue un experimento apasionante con un resultado sorprendente.
Ahora ya todos saben que Wangari nació en Kenia en 1940, que estudio Ciencias Biológicas en Estados Unidos y, lo más importante, que, cuando terminó sus estudios, regresó a su país y, ayudada por centenares de mujeres, sembró más treinta millones de árboles en un territorio que se estaba quedando desierto.
Ahora ya saben también, que los árboles, son símbolos de la Paz, con mayúsculas, pues hacen el mundo más habitable, más pacífico y mejor, dado que, como decía Wangari, «curan las heridas de la tierra». Por eso, cada vez que se comete un arboricidio, esto es, se mata o se hace daño a un árbol, se atenta contra el equilibrio del mundo.
Adrián y Lucía han leído el precioso libro en el que se cuenta de manera sencilla y clara lo que hizo esta gran mujer en Kenia. Y ahora el libro está circulando ya por todo el colegio.
También ahora han empezado a mirar a sus amigos árboles plantados delante del colegio con ojos nuevos, con ojos de alegría y de esperanza.

Desavenencia

Título: Desavenencia
Autor e ilustrador: Claude Boujon
Editorial: Corimbo
De 6 a 106 años



A la hora del recreo, en el colegio de Lucía Belén Pumar Canosa y de Emilio José Díaz Sanz, ambos de 8 años, hubo un enfrentamiento entre dos grupos de niños que discutieron de manera áspera en el patio sin llegar a un acuerdo. Lucía y Emilio habían leído el cuento Desavenencia, y comentaron en clase que, lo sucedido en el patio, era lo mismo, lo mismo que les había ocurrido a los dos conejos protagonistas del cuento que acababan de leer.
La profesora les pedió a sus alumnos que le explicaran lo que significaba la palabra desavenencia.
Sólo Lucía y Emilio supieron explicar su significado, pues lo habían averiguado buscándolo en el diccionario Clave, que era el que consultaban a menudo en el aula. Todos anotaron la definición en su Cuaderno de Palabras Nuevas.
Escribieron: «Desavenencia, falta de armonía, de acuerdo o de entendimiento entre varias personas».
En sus cuadernos, debajo de la definición del diccionario, escribieron frases en las que tenía que figurar la palabra nueva. Algunas de estas frases fueron:
«Hoy, en el patio, se enfrentaron dos grupos de niños por culpa de sus desavenencias».
«Un niño no quiso jugar en el equipo del colegio por desavenencia con sus compañeros».
«A mi me gustaría no tener desavenencias con mis profesores».
Luego, leyeron el cuento en voz alta y conversaron sobre los enfrentamientos.
Al final, todos llegaron a una sabia conclusión: reflexionar sobre las desavenencias es la mejor manera de llegar a las avenencias, que es como se llama al acuerdo, a la armonía, a la reconciliación.

sábado, 29 de mayo de 2010

El libro de las fábulas

Título: El libro de las fábulas
Adaptación: Concha Cardeñoso
Ilustrador: Emilio Urberuaga
Editorial: Combel
De 7 a 107 años



En la clase de sexto, a la que van Ana González, de 12 años, y Andrés Riestra Alba, de 11, se dialoga y se razona. Su maestra está convencida de que, aparte de conocimientos, sus alumnos tienen, sobre todo, que aprender a pensar y a expresar, de manera coherente y lógica, lo que piensan, y no a repetir como papagayos lo que ponen los libros o lo que ella les diga.
El día que hablaron sobre las fábulas, por ejemplo, organizaron parejas para realizar diferentes trabajos que después expondrían en clase.
Ana y Andrés escogieron redactar una entrevista imaginada en la que se explicara qué son las fábulas.
Acudieron a la biblioteca. Allí estaba lo que necesitaban para preparar su trabajo. Se trataba de El libro de las fábulas. Daba gusto ver libros así. Lo reunía todo: unos textos que da placer leerlos, sugestivas ilustraciones y una muy atractiva presentación. Les interesó mucho el prólogo, que es lo que no suele interesar a casi nadie. Pero, de inmediato comprobaron que en ese prólogo, escrito por alguien que sabía mucho, y que se llamaba Albert Jané, estaba “su” entrevista.
Así que empezaron a redactarla sin dilación.
–Señor Jane, qué es una fábula.
–Una narración de hechos extraordinarios protagonizada, sobre todo, por animales que actúan, se comportan y hablan como si fueran personas.
–¿Para qué se escribían las fábulas?
–Desde siempre, las fábulas han sido una forma muy clara y eficaz de poner en evidencia los defectos y los vicios de las personas, de ridiculizarlos y, por tanto, de contribuir a su enmienda.
–¿Cuándo se empezaron a escribir fábulas?
–Las fábulas son uno de los géneros literarios más viejos que existen. Las más antiguas que se conocen son las atribuidas a Esopo, un narrador griego que, según se cuenta, vivió en el siglo VI antes de Cristo.
–¿Qué animales suelen aparecer con mayor frecuencia en las fábulas?
–En primer lugar encontramos a la zorra. Le siguen el lobo, el burro, la liebre, el león, el ratón y el gallo, entre otros.
–¿Qué le parecería si hiciéramos una investigación sobre qué animales aparecen en este libro y qué papel representan?
–Me parecería fantástico y digno de elogio.
–Pues vamos a investigarlo. Muchas gracias, señor Jané por contestar de forma tan clara a nuestras preguntas.
–Gracias a vosotros. Estoy admirado de vuestro trabajo.
Título:
La vida y poesía de Miguel Hernández contada a los niños
Autora:
Rosa Navarro Durán
Ilustrador:
Jordi Vila
Editorial: Edebé
A partir de 10 años



En la clase de Iván Da Conceiçao y Belén Otero Rodríguez, los dos de 10 años, cada semana se decide un tema para indagar. Tienen que desarrollarlo de dos en dos. A estos compañeros les tocó averiguar quién había sido Miguel Hernández. Ellos sólo sabían, y ya era mucho más de lo que sabían otros, que había sido un poeta del que este año se conmemoran los cien años de su nacimiento.
La verdad es que lo tuvieron muy fácil. Nada más entrar en la biblioteca, vieron que, entre las novedades, destacaba un libro que se titulaba, precisamente,
La vida y poesía de Miguel Hernández contada a los niños por Rosa Navarro Durán con ilustraciones de Jordi Vila Delclós.
Se les iluminaron los ojos. Aquel libro parecía cómo si les estuviese esperando, y en cierta medida, así era. Los libros siempre aguardan pacientes a que un lector vaya a conversar con ellos.
Y la conversación que ellos mantuvieron con el libro fue muy hermosa, pero les dejó un poso de tristeza. Fue muy hermosa porque la autora les reveló, con su voz de estupenda y entusiasta narradora, quién había sido aquel poeta que empezó siendo pastor de cabras para luego escribir hondos versos, como aquellos en los que se retrataba así:
Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas…
Les quedó un poso de tristeza al saber que Miguel Hernández había sufrido mucho. Lo contaba de forma tan emotiva en sus versos que encogía el corazón. Decía:
Lo que he sufrido y nada todo es nada
para lo que me queda todavía…
Y el poso de tristeza fue saber también que se murió muy joven, a los 32 años, y en la cárcel. ¿Por qué murió en la cárcel? Sólo por tener ideas diferentes a los que detentaban el poder e imponían a los demás lo que debían pensar.
La tristeza es como una sombra que lo oscurece todo.
Viendo a Iván y a Belén tan tristes tras contarle la vida de Miguel Hernández, Rosa Navarro les recitó unos verso del poeta que les devolvieron la alegría:
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.
Iván y Belén se prometieron a sí mismos buscar ese rayo de sol que venciera a las sombras.

lunes, 17 de mayo de 2010

Veinte años con oreja verde

Una incorrecta interpretación de la canción titulada “Volver”, podría llevarnos a la conclusión de que veinte años no son nada. Sin embargo, en la siempre brevedad de una vida, veinte años lo son casi todo. Además, de acuerdo con la escritora rumana Ana Blandiana, “cada cosa tiene el valor de lo que has invertido emocionalmente en ella”.

Viene esto a cuento porque La Oreja Verde, suplemento infantil de cuatro páginas del diario asturiano La Nueva España, cumplió, en el año 2009, veinte años. Veinte años muy intensos en los que se ha invertido mucho esfuerzo, mucha tenacidad, mucha superación y mucha indagación.

Mantener un suplemento tantos años con medios escasos y seguir dándole vida cada semana no es precisamente una tarea fácil. Téngase en cuenta que está realizado en su totalidad por dos personas; y su totalidad quiere decir idear las propuestas, seleccionar las colaboraciones, hacer las fotografías, redactar los textos y diseñar y componer cada página. El periódico sólo tiene que imprimirlo. Pero no deseo detenerme aquí en las dificultades que toda empresa continuada de creación conlleva, sino que voy a intentar la casi imposible tarea de sintetizar esta experiencia en un reducido número de palabras.

Empecemos por el título, La Oreja Verde, tomado de un poema de Gianni Rodari. En esta denominación está la clave de este suplemento. El título no es una ingeniosa ocurrencia para atraer la atención, sino que supone toda una declaración de intenciones que implican una exigencia, un compromiso con la infancia.

En una sociedad en la que a los niños se les habla mucho y se les escucha poco, La Oreja Verde nació con el resuelto propósito de escuchar. Como bien lo expresa Rodari en su poema: “Es una oreja de niño que me sirve para oír aquello que los adultos nunca se paran a sentir… Oigo, sobre todo, a los niños y niñas cuando cuentas cosas que a las orejas maduras les parecen misteriosas”.

Esa clara intención de prestar atención atenta se tradujo, desde el 9 de abril de 1989, fecha del comienzo de su publicación, en propuestas concretas en las que se propiciaba la participación de los lectores.

Enseguida, los niños y niñas empezaron a enviar textos y dibujos en los que hablaban de cuestiones que les interesaban o preocupaban. En el mismo año de su inicio se publicó un texto enviado por un niño de 10 años titulado “Los comecabezas”. Decía:

“Los profesores nos vuelven locos, que si esto, que si lo otro. Nos vuelven locos de remate. Nos aburren la tira, y luego nos mandan una pila de deberes que no nos dejan salir a jugar. Son unos comecabezas”.

Traigo este texto de hace veinte años por ser muy significativo y porque hemos tenido la suerte de encontrar al niño que lo escribió, que ahora tiene 30 años. Una curiosidad, ¿a qué se dedica en la actualidad aquel precoz articulista? Pues ahora se ha convertido en maestro. Confiemos que no sea aquello que él rechazaba, esto es, un “comecabezas”.

Publicar los dibujos de los niños y niñas suponía valorar esas expresiones gráficas infantiles tan extrañas y minusvaloradas por el mundo adulto, pero que son, según afirma una psicóloga, “pensamientos visibles”.

La savia de La Oreja Verde han sido, pues, las colaboraciones de sus jóvenes lectores, casi siempre de entre 6 a 12 años, aunque en ningún momento se fijó frontera alguna de edad para la participación.

Estamos preparando una antología con estos textos y dibujos, en los que nos relatan cómo se ven así mismos, cómo les gustaría que fuesen sus padres y sus maestros si pudiesen pedirlos a la carta; qué son para ellos los demonios, qué relación tienen con sus hermanos, cómo es ese monstruo que vive en nuestro interior y nos incita a hacer cosas que no deseamos; o qué le escribirían a una bruja de la nueva generación que fuera amiga y defensora incondicional de los niños y las niñas, y qué les contestaría esa bruja; o qué les gustaría ser de mayores…

Y así hasta más de doscientos asuntos en los que los niños y niñas se han expresado sin cortapisas. Veamos sólo unos botones de muestra de esa antología:

En Así me veo yo, una niña de11 años decía en 1989: “Yo me veo un poco antipática, pero soy buena persona. No soy alta ni baja ni tampoco lista”. Y otro niño de 12, en un texto sin desperdicio, comienza a describirse así: “Me considero muy cabezota y obstinado, si pienso una cosa, nadie podrá sacármela de la cabeza si no veo con mis propios ojos lo contrario”.

En la serie Así vemos a los mayores, una niña de 12 años escribió: “Con los que no me llevo bien son con las personas que les dices: ˝Escucha lo que me pasó en el colegio˝, y te dicen: ˝Ay, déjame niña, no tengo tiempo de escuchar tonterías tuyas˝. Para que yo me lleve bien con una persona mayor tiene que tener una oreja verde”.

Esta microscópica muestra, de entre casi veinte mil textos publicados, da una idea de lo que escuchó, y sigue escuchando, La Oreja Verde.

También fue una preocupación del suplemento desde su inicio el dar a conocer a los lectores los libros más destacados que se publican de literatura infantil. Pero había que hacerlo con oreja verde. ¿Qué recursos utilizar que fueran atractivos para los lectores? Tras mucho buscar, dimos con una fórmula cuya eficacia pudimos comprobar de inmediato a través de los comentarios de quienes nos escribían. Y así, cada semana, se dedica la primera página del suplemento a dar a conocer lo más relevante de la literatura infantil. ¿Cómo? Lo primero es que aparecen fotografiados con el libro del que se habla, un niño o una niña de la edad a la que va destinado ese título. Pocas veces se ven imágenes de personas leyendo, por eso intentamos reforzar la recomendación literaria con la fotografía de niños y niñas realizando esta actividad cada vez más rara. Segundo, el texto siempre es un cuento sobre el cuento en el que los niños fotografiados son los protagonistas. Se hace ficción de la ficción. Por último, se realiza un diseño de la página en la que se integran fotos, texto y alguna de las ilustraciones del libro.

Acabo esta apretada síntesis de lo que han sido las más de 3600 páginas dedicadas a escuchar a los niños y a las niñas cuando cuentan cosas que a las orejas maduras parecerían misteriosas, con las palabras de una niña de 12 años:

«He crecido contigo, Oreja Verde, dirijo esta carta a ti y a todos los que comienzan a leer este suplemento y a los que te leen cada semana, para que no te olviden, y que siempre, cuando sean mayores, recuerden con cariño ese rinconcito de un periódico donde puedes escribir y dibujar tus deseos e ilusiones».

¿Veinte años no son nada?

Es asombroso, pero ya se han cumplido veinte años desde que empezó a publicarse La Oreja Verde. Fue el 9 de abril de 1989 el momento exacto en el que empezó a andar, o mejor, en el que empezó a escuchar a los niños y a las niñas cuando contaban cosas que a las orejas maduras les parecían misteriosas. Y nunca faltó a la cita con sus lectores desde entonces.

Veinte años no son nada, dice una canción, pero son casi una vida. Los niños y niñas que empezaron a colaborar, pongamos con diez años, ahora son adultos de treinta. ¿Mantendrán su oreja verde? Veinte años no son nada, pero en este período de tiempo La Oreja Verde, haciendo honor a su nombre, publicó más de veinte mil colaboraciones de niños y niñas que expresaban lo que pensaban, sentían y soñaban en forma de magníficos textos y dibujos.

Veinte años no son nada, pero en ellos hemos tenido el privilegio exclusivo de conversar con la Bruja Pumaruja, con Blancanieves, con el Señor de La Oreja Verde, con el Abuelo que se convirtió en Gato, con don Quijote, con Pinocho, con Pippi Calzaslargas y muchos otros héroes inmortales más.

Veinte años no son nada, pero nos ha dado tiempo a viajar al interior de esos lugares tan peligrosos que son los libros, y a dar cuenta detallada de esos arriesgados viajes.

Veinte años no son nada, pero en ellos hemos puesto veinte mil esfuerzos, veinte mil ilusiones, veinte mil superaciones.

Veinte años no son nada, pero han dejado una huella imborrable.

Veinte años nos son nada, ahora lo hemos entendido, pues aunque hemos cambiado mucho y nos hemos enriquecido en experiencias, seguimos caminando y escuchando con la ilusión del primer día.

viernes, 23 de abril de 2010

Madrechillona

Título: Madrechillona
Autora e ilustradora: Jutta Bauer
Editorial: Lóguez
De 6 a 106 años




Después de leerle, a un grupo de veinticinco niños y niñas, el estupendo cuento Madrechillona, les pedí:
–Por favor, levantad la mano quienes tengáis madres chillonas.
Se levantaron cincuenta manos como si fueran cincuenta pájaros pidiendo ayuda desde el aire. El número de «manos-pájaro» era abrumador.
Le pregunté a una niña al azar:
–Así que tu madre te grita algunas veces, ¿no?
Su respuesta me dejó anonadado:
–Algunas veces no, siempre.
Sin embargo, me alivió oír decir al resto del grupo, que sus madres sólo les levantaban la voz de vez en cuando.
La madre pingüina de este cuento, le chilla a su hijo de tal manera que el pobre pingüino sale volando en pedazos.
Cada uno de estos pedazos cae en un lugar insospechado. Así la cabeza va a parar al Universo, el cuerpo a alta mar, las alas a la jungla y el pompis se pierde por la ciudad.
La madre pingüina, como casi todas las madres chillonas, se arrepiente en seguida de ver a su hijito troceado, partido en cachitos. Y se da cuenta de que los gritos nos resquebrajan por dentro, por donde no se ve, pero se siente.
Y enseguida se dispone a recoger esos trozos de su hijo esparcidos por el mundo. Los recoge y los une con todo el amor que una madre, aunque sea chillona, es capaz de darle a su hijo. Cuando alguien nos rompe, el único pegamento que sirve para reconstruirnos es el afecto.
Este libro es una pequeña joya, tanto por su contenido como por sus ilustraciones y presentación, unas ilustraciones de una sencillez y una calidad difícil de lograr. Por eso ha conseguido el Premio Andersen de Ilustración, que es como el Premio Nobel de la literatura infantil
Madrechillona, es sin duda –así lo atestiguan las madres y niños y niñas que lo han leído– uno de esos libros que dejan una huella especial en nuestra memoria.