Alguien dijo, y lo comparto, que los seres humanos somos
cuentos de cuentos que van contando cuentos. El Premio María Elvira Muñiz es
también para mí un relato, y un relato con un título que debe aparecer siempre
con mayúsculas. Ese título es AGRADECIMIENTO.
AGRADECIMIENTO muy especial, en primer lugar, a las personas
que han presentado mi candidatura, esto es, a Ana López Chicano, mi mujer, la
mujer de mi vida, y a Sonia Segarra, amiga del alma. Ellas recopilaron datos
biográficos, de los que ni yo me acordaba; recabaron firmas de apoyo y, en fin,
llevaron a cabo esa enorme labor callada, minuciosa y tenaz con la que tantas
cosas se consiguen.
AGRADECIMIENTO a todas y a cada una de las más de
cuatrocientas personas que apoyaron esta candidatura con su firma. No es el
momento de nombrarlas a todas,
claro está, pero mencionaré, como botón de muestra, a las primeras que aparecen
en la lista: Ángeles Caso (enorme escritora), Tadeusz Malinowski (pensador,
escritor, antropólogo), Francesco Tonucci (psicólogo impulsor de la Ciudad de
los Niños), Rosa Navarro Durán (apasionada catedrática de literatura y
escritora), Marino Pérez Álvarez (Catedrático de Psicología de la Personalidad
de la Universidad de Oviedo), Noemí Pinilla (astrofísica), Teresa Mlawer
(Editora de literatura infantil en Nueva York), Pedro Pablo Alonso (ahora
director del Diario de Mallorca, y la persona que me propuso realizar el
suplemento infantil La Oreja Verde, suplemento que se publicó durante 23
años sin interrupción en el diario La Nueva España), Beatriz de Melo
(bibliotecaria, es decir, una de esas valientes profesionales que ejercen la
profesión más arriesgada del mundo. Y digo arriesgada porque estos profesionales trabajan con dos de los
elementos más inflamables que existen: libros y lectores. Los bibliotecarios
saben, mejor que nadie, que un libro, puesto en contacto con un lector, produce
una reacción impredecible e imprevisible. Para evitar sus peligros, lo primero
que suelen hacer los dictadores es prohibir los libros y, por supuesto, impedir
que se lea), Antonio Merayo (poeta y amigo, que la amistad es la forma
más viva de la poesía), Orlando Moratinos (investigador infatigable de la vida
y la obra de Jovellanos), Dolores Soler Espiauba (escritora, Premio Café Gijón
de novela). A ellos, y al resto de ese extenso listado, muchísimas, muchísimas
gracias.
AGRADECIMIENTO a mi hijo Manuel por todo lo que me ha
enseñado sobre literatura infantil y juvenil, aunque él no lo sepa. Ya a los
cuatro años me dijo: «Cuando me cuentan cuentos me entran muchas ganas de saber leer».
Subrayo que dijo «saber a leer», no «aprender». Es muy
importante esta matización, pues implica una aguda intuición de lo que
significa esa curiosa actividad, tan difícil de explicar de manera completa,
satisfactoria y precisa.
Porque leer es mucho más que disponer de una habilidad
concreta, es mucho más que descifrar un texto, y hasta mucho más que entender
lo que dicen las palabras escritas. Leer es tener la posibilidad de acceder a
uno de los más prodigiosos logros alcanzados por los seres humanos: conseguir
«hacer hablar» unos signos que alguien grabó en una piedra, en una tabla o en
un papel, y «escuchar» a esos signos relatar historias, informar de sucesos,
transmitir ideas nuevas. Mi hijo Manuel me ha dado también muchas claves para
redactar Los dones de los cuentos, libro ya casi terminado y que espero se publique el
próximo año.
AGRADECIMIENTO al jurado de este premio por considerar
valiosas mis aportaciones relacionadas con la difusión de la lectura, que
empecé a pergeñar, con mucha, mucha inseguridad hace algo más de treinta y
cinco años.
AGRADECIMIENTO a la Fundación de Cultura, Educación y
Universidad Popular de Gijón que me permitió transformar en realidad ideas que
hubiera sido muy improbables conseguir llevar a buen puerto sin ese apoyo
institucional.
AGRADECIMIENTO
a Julián Jiménez que, en tiempos muy difíciles para mí, y siendo el director de
esta institución, me pidió que preparara proyectos dirigidos a la infancia. Le
propuse un amplio programa de actividades que respaldó sin reservas, y así
pude desarrollar, entre otras muchas propuestas, exposiciones de cuentos,
talleres, como el dedicado a dar a conocer la vida y la obra de Jovellanos,
espectáculos, encuentros con escritores, planes de investigación.
AGRADECIMIENTO muy especial a aquellas personas con las que
he tenido diferencias y discusiones, porque me han hecho ver mis lagunas, mis
deficiencias, mis sombras.
AGRADECIMIENTO a la desaparecida editorial Llibros del Pexe,
dirigida por Carlos G. Espina y Marina Lobo, que me publicaron mi dos primeros
cuentos para niños, La niña de la nube y ¿Sois vosotros los reyes
Magos?
AGRADECIMIENTO a mis admirados maestros y maestras de toda
Asturias y otros lugares de España que, en cursos y visitas a sus centros de
enseñanza, tanto me enseñaron sobre la necesidad de no regatear esfuerzos en la
enseñanza pública de calidad, que es el único instrumento, como ya afirmaba
Jovellanos, de perfeccionamiento, prosperidad y felicidad de las naciones.
AGRADECIMIENTO a Richmal Crompton, la genial creadora de un
personaje que me dejó una huella imborrable en la memoria, un personaje que me
enseñó, a la vez, a ser rebelde y a disfrutar de la vida. Ese héroe de mi infancia
se llamaba Guillermo Brown.
Viviendo sus relatos a los 8 años, me apunté a la única banda a la que sigo
siendo fiel todavía, la banda de Los Proscritos.
AGRADECIMIENTO a mi madre, a la que tanto le hubiera gustado
verme hoy aquí, y de la que he tratado siempre, sin conseguirlo todavía, de
adquirir algo de su capacidad de comprensión, de su sensibilidad y de su
bondad.
Y, por último, AGRADECIMIENTO muy, muy especial, a María
Elvira Muñiz, la incansable investigadora, la escritora, la gran maestra de la literatura
y de la vida que da título a este premio.
Y acabo con el texto de la postal que hemos preparado para
afrontar el año 2014.
Aunque nos atemoricen
con cabos del miedo
que no debemos traspasar,
en frágiles
embarcaciones
saldremos a
navegar.
Iremos a esa tierra
que los cartógrafos
del pavor
aseguran que ni
existe ni existirá.
En sueños hemos
visto
que se encuentra
más, más allá.
Ponemos rumbo a ese
lugar
que ya sabemos
dónde está
porque lo podemos
imaginar.