Cada día, y en ola creciente, cual si fuera un tsunami imparable, aparece alguien en los medios de comunicación alentando el desaliento. Tal se diría que el desengaño se ha convertido en un alto valor social. También se diría que el canto a la desesperanza viene propiciado por la actual crisis económica.
Curiosa crisis esta, cuanto más se menciona más aumenta su gravedad. Igual que cuando alguien, un día de gran bochorno, nos repite constantemente “qué calor hace”. Cada vez que lo afirma, su machacona pesadez, hace que parezca que se eleve un grado la temperatura, sin que el termómetro varíe lo más mínimo.
Sin embargo, la incitación al desaliento es muy anterior a esta crisis. Hace ya bastantes años que se preguntó a niños norteamericanos si creían que iban a vivir mejor que sus padres. Fueron muchos lo que contestaron que vivirían mucho peor. Aquellos niños y niñas desanimados segregaban desaliento hasta por los poros del porvenir. Sorprende comprobar cómo el futuro puede modelar el presente.
Desde hace tiempo dirijo un taller para niños que pretende acercar la vida y la obra de Jovellanos a nuestros ciudadanos más jóvenes. Entre otras actividades, les propongo que realicen un retrato con ceras de un personaje, que puede ser Jovellanos o alguien cercano a él. Un día, un niño de 11 años afirmó de sopetón: “Eso es muy difícil, yo no puedo hacerlo”. Entonces se produjo un efecto contagio y, de repente, fueron muchos los que declararon tener la misma incapacidad. Traté de atajar la epidemia. Me dirigí al niño que inició el foco infeccioso desde tres metros de distancia: “Si pudiera acercarme hasta ti te explicaría que sí puedes hacerlo”. El niño me miró asombrado y me dijo: “Claro que puedes acercarte”. Le pregunté cómo. Él me pidió que diera un paso hacia adelante. Lo hice. Seguí sus indicaciones hasta que llegué a su lado. “¿Ves cómo pudiste?”, me dijo orgulloso de haberme posibilitado vencer mi imposibilidad. “Sí, he podido”, le contesté, “y estoy seguro de que si tú empiezas a dibujar también serás capaz de realizar ese retrato”. Él y todos los demás niños y niñas se pusieron a la tarea, y puedo asegurar que fue uno de los días en el que se crearon más obras de arte de cuantas que he visto durante los once años que llevo coordinando este taller. Y uno de los mejores dibujos fue el del niño que se sentía incapaz de hacerlo, aquel que venía con el síndrome de la negatividad.
La inculcación de la desmoralización continúa. Ahora justificada con la debacle económica. A los niños, ya desde bien pequeños, se les mutila con la idea de que tienen que resignarse ante un porvenir que ya está dado, que ya está fijado de manera inmodificable, como si el mañana se pudiera establecer de antemano, y como si ellos nada pudieran hacer al respecto. Y esta corrupción del ánimo no está perseguida por la ley.
¿Por qué ha adquirido tanto prestigio la debilidad? ¿Por qué esa queja constante de que ya nada se puede hacer, de que vamos a peor?
¿Quién tiene interés en alentar el desaliento?
El desaliento lo propician quienes desean una desmovilización social, quienes desean ciudadanos sumisos, resignados, laboriosos y no conflictivos.
El desaliento es una sofisticada trampa para extirpar cualquier asomo de contestación, de rebelión o de crítica contra lo que parece establecido de una vez por todas.
Un decaído no se rebela contra nada, porque su visión de la realidad es que nada se puede hacer. Aunque el desalentado pueda opinar de todo, sus juicios se reducirán a describir los males del mundo, no a implicarse en la, según él, inútil acción de intentar cambiarlo.
El héroe desalentado es el que se ha rendido sin haber luchado. En esa rendición se concentra toda su heroicidad.
La mejor arma para desalentar es, sin duda, el miedo. El miedo paraliza, ata sin ataduras visibles. La crisis se utiliza para mostrar que ni siquiera queda la huida. Una cebra puede escapar al galope del ataque de cualquier depredador y correr a un territorio más seguro. Pero a quienes atemorizan día a día con el discurso de que si se mueven estarán peor, les inculcan, a la vez, que no quedan espacios liberados o seguros donde refugiarse¡Qué gran mecanismo de control es el miedo! No sólo impide que la gente se rebele, proteste o reclame, sino que ahoga cualquier iniciativa emprendedora. ¿Para qué emprender si nada se puede hacer?
Barack Obama, el recién estrenado presidente de EEUU, ha tenido la osadía de llegar al puesto más alto de su país portando la antorcha de la esperanza. En su toma de posesión afirmó: “La esperanza venció al miedo”.
Por eso, los controladores del pánico, se han lanzado a su yugular casi sin darle tiempo a tomar posesión del cargo, y le van a poner todo tipo de trabas a su labor. ¿Como van a permitir que un presidente, para colmo mulato, les reste la capacidad de infundir pavor, o lo que es lo mismo, les quite su arma secreta de destrucción masiva?
Abramos de par en par las puertas al aire de la crítica, al pensamiento, a la reflexión, tan imprescindibles; pero ofrezcamos la máxima resistencia a dejar pasar el demoledor desaliento que beneficia a muy pocos y perjudica y obnubila a todos.