jueves, 28 de junio de 2007

Frida

Frida
Autor: Jonah Winter
Ilustradora: Ana Juan
Editorial: Alfaguara
(Texto publicado en La Oreja Verde)

Visito con frecuencia el colegio público Sherezade. Voy allí a aprender viendo lo que hacen los niños y las niñas. Esta semana estuvieron pintando autorretratos. Cada uno se pintó a sí mismo con un derroche de color. Era una maravilla ver todos los dibujos embelleciendo el colegio. De lejos parecía que en las paredes había salido el arco irís. Cuando entré en la clase de cuarto, la maestra estaba diciendo:
–Imaginad que os miráis en un espejo y que al marcharos vuestra imagen queda fijada en él para siempre. Muchos pintores se han retratado a sí mismos como si estuvieran mirándose en el espejo.
Una niña preguntó:
–Seño, ¿sólo hubo pintores que hicieron autorretratos, ¿no hubo pintoras?
–Bueno –contestó la maestra riendo–, cuando dije pintores me estaba refiriendo a pintores y pintoras. Y, de entre todas las pintoras que se pintaron a sí mismas quiero destacar a la mexicana Frida Kahlo. Fue una mujer y una pintora extraordinaria. Precisamente acaba de aparecer un libro en el que se nos relata, como si fuera un cuento, la atormentada y difícil historia de su vida con hermosas ilustraciones y un sencillo texto.
–¿Por qué tuvo una vida atormentada y difícil? –preguntó un niño.
Porque de pequeña sufrió una enfermedad que la mantuvo mucho tiempo en la cama. Durante esa enfermedad empezó a dibujar para liberarse de la tristeza. Años después de esta desgracia, sufre un tremendo accidente del que ya nunca se recupera. Su cuerpo le dolerá siempre. Sin embargo, nunca dejó de pintar.
–¿Y cómo podía pintar con dolores? Cuando yo estuve mal de mi pierna derecha, y me dolía –comentó otro niño–, no podía ni leer ni estudiar ni nada, el dolor no me dejaba concentrarme.
–Ya ves, ella tenía dolores terribles, pero también mucha fuerza, y no se dejó vencer ni por el dolor ni por la enfermedad.
–¿Cómo eran sus dibujos de niña?, ¿se parecían a los nuestros?
–No sé si se conserva algún dibujo de cuando era niña, pero estoy segura de que vuestras pinturas tienen el mismo colorido y energía que las que ella hacía.
–Seño, ¿por qué no ponemos un letrero grande encima de nuestros autorretratos que diga: Nos pintamos igual que hacía Frida –dijo una niña con gafas de montura azul.
–Me parece una estupenda idea. Y, junto a los dibujos, colocaremos el libro Frida.

Yamina
Autor e ilustrador: Paul Geraghty
Editorial: Zendrera Zariquiey
(Texto publicado en La Oreja Verde)

“Paco, por favor, recomiéndanos un libro sobre África, pero que pasen cosas, que sea emocionante”, me pidieron un grupo de niños y niñas de 7 años.
Y, sin dudarlo les sugerí leer Yamina. Les comenté:
“El libro que os recomiendo se titula Yamina. Es la historia de una niña africana que de mayor quiere ser cazadora.
Un día, Yamina, sale de la aldea con su abuelo en busca de miel. Él se concentra en seguir el rastro del pájaro de la miel que le conducirá hasta donde se encuentra tan apreciado alimento. Ella juega a ser cazadora persiguiendo a imaginarios elefantes, rinocerontes y leones.
De repente, Yasmina se da cuenta de que se ha adentrado demasiado en la selva. Busca a su abuelo, pero no lo encuentra. Está pedida. La compañía de su abuelo le daba la seguridad necesaria para jugar. Ahora que se ha perdido, ya no quiere jugar. Tiene miedo. Oye los sonidos de la selva como avisos de peligro que la acechan por todas partes.
Entre esos ruidos sobresale de improviso uno: es un grito triste y desesperado. A Yamina se le encoge el corazón. ¿Quién lanzará ese lamento? Tras mucho andar, descubre que el autor de esa angustiosa queja es un bebé elefante. Los cazadores han matado a su madre y él permanece a su lado, pidiéndole con sus gritos que vuelva a la vida.
Yamina lucha contra su miedo. Quiere ayudar al elefantito. Tiene que sacarlo de allí antes de que regresen los cazadores. ¿Qué puede hacer?
Venid. Adéntraros en la selva de este libro. Sus maravillosas ilustraciones os introducirán en el hermoso y, a veces, inquietante paisaje de África.
Al leerlo viviréis la odisea de Yamina con la misma intensidad que ella”.

Mi vida con una ola
Adaptación de un cuento de Octavio Paz realizada por: Catherine Cowan.
Ilustrador: Mark Buehner
Editorial: Kókinos
(Texto publicado en La Oreja Verde en el número 669)

Pablo, ha abierto el libro Mi vida con la ola. Lee en voz alta en medio de la calle, sin preocuparse por la gente que pasa a su alrededor y lo mira extrañada. Lee:
“La primera vez que fui al mar, me enamoré de las olas. Cuando ya abandonábamos la playa, una ola se escapó. Y cuando las demás olas intentaron detenerla, sujetándola por su vestido flotante, ella me agarró de la mano y juntos huimos saltando por la rugosa arena”.
Llaman a Pablo para darle la merienda, pero él no oye nada. Está ensimismado tratando de averiguar qué pasará con la ola y su amigo.
¿Conseguirá llevarla a su casa?
Su padre le da un bocadillo. Él lo come sin mirarlo. Está escuchando con los cinco sentidos lo que dice el niño del cuento.
“Nuestra vida era un juego perpetuo.”
–Cuánto me gustaría –piensa Pablo, también en voz alta– tener una amiga así.
Se deja llevar por este deseo mirando las fabulosas ilustraciones del libro. Y se imagina yendo al colegio montado encima de su ola. Y, en vez de sentarse en su silla, se quedaría en lo alto de su amiga, ante la admiración de sus compañeros.
Vuelve al cuento. Comprueba que la amistad con un trozo de mar no va a ser tan fácil. La ola, acostumbrada a la libertad del océano, no acaba de adaptarse a las estrecheces de una habitación. El niño lee, cada vez más interesado, que la ola “cambiaba de humor como cambian las mareas.”
La ola se vuelve cada vez más arisca, más intratable, más violenta. Hace a todos la vida imposible con su comportamiento colérico y caprichoso.
–Ay, ¿qué pasará? –se pregunta Pablo con el corazón encogido.
Está preocupado, pues igual que el niño del cuento, le ha cogido mucho cariño a la ola.
Pero no puede averiguar cómo acaba esa historia. Lo llaman para ir a casa. Su padre no le permite ir leyendo por la calle. Le dice, como si hubiera leído el cuento, que eso es más peligroso que tener una ola en casa. Pero a Pablo no le importan los peligros, sólo quiere, como cualquier lector que se adentre en este libro, saber qué pasará con la ola.

miércoles, 20 de junio de 2007

Donde viven los monstruos

El mejor cuento del mundo- Donde viven los monstruos Texto e ilustraciones: Maurice Sendak
Editorial: Alfaguara Infantil
(Texto publicado en La Oreja Verde)

El profesor de quinto, del colegio Andersen, siempre les preguntaba a sus alumnos sobre lo que habían leído, y sobre lo que más les gustaba de eso que habían leído. El viernes pasado, sin embargo, el preguntador se convirtió en preguntado.
–Profe –intervino un niño en nombre de sus compañeros –todos los días nos preguntas cuáles son nuestras lecturas favoritas, pero hoy, si no te importa, nos gustaría que nos contestaras tú. ¿Cuál es tu cuento preferido, el que más te ha gustado en toda tu vida?El profesor, pillado por sorpresa, se sentó en su silla, colocó los codos encima de la mesa, apoyó las manos en la barbilla, levantó sus gafas con los dedos meñiques y dijo muy despacio:
–Vuestra pregunta me ha traído a la cabeza un montón de cuentos extraordinarios, por lo que creí que no iba ser capaz de destacar uno entre tantos. Sin embargo, como si se hubiera iluminado de repente, en mi memoria resalta uno que siempre ha estado conmigo. Tengo ediciones en varias lenguas y hasta he conseguido los muñecos de los personajes que lo protagonizan. Es, además, el cuento que más veces he contado, y es uno de los libros preferidos de mi hijo de tres años. Mirad aquí tengo unas fotos de mi niño leyendo este libro.
–Profe, todavía no nos has dicho cómo se titula ese cuento.
–Lo iba a decir ahora. Su título es Donde viven los monstruos, y su autor e ilustrador se llama Maurice Sendak. A este autor se le considera el Picasso de la literatura infantil por sus fabulosas ilustraciones. Cuando apareció este libro, en el año 1963, en Estados Unidos, con el título Where the wild things are, hubo padres, psicólogos y maestros que protestaron contra su publicación. Argumentaban que no era un libro adecuado para niños, pues podía darles miedo ver los monstruos que salían en él.
–Dices que lo has contado muchas veces, pero no a nosotros, profe, y la verdad es que nos has metido en el cuerpo las ganas de oírlo.
–Pues aquí lo tengo –dijo el profesor.– Lo había guardado en mi cajón esperando la ocasión adecuada para contároslo, y esa ocasión ha llegado hoy.
El maestro leyó con entusiasmo Donde viven los monstruos. Sus alumnos, de once años, seguían aquel relato fascinados en la voz de su profesor, a la vez que se maravillaban con las extraordinarias ilustraciones del libro que les iba mostrando.Era la historia de un viaje. La habitación de un niño llamado Max, al que su madre acaba de castigar en su cama sin cenar por hacer todo tipo de travesuras, se transforma en un bosque y en un mar, y aparece, sin que importe cómo, un barco, y el niño viaja en ese barco a la isla donde viven los monstruos. Y aquellos seres terribles nombran a Max el rey de todos los monstruos.
Cuando el maestro terminó su relato, el libro empezó un viaje de mano en mano. Todos querían disfrutarlo de cerca. De pronto, la voz de una niña se alzó por encima del murmullo de la clase.
–Profe, creo que ya sé por qué cuando se publicó el libro hubo gente que puso el grito en el cielo.
–Cuenta, cuenta. Me interesa mucho tu opinión.
–Creo que en ese cuento los monstruos representan a los adultos. El niño los domina, por eso los mayores no quieren que lo leamos, porque son ellos los que tienen miedo de que los podamos dominar.
–Fantástica conclusión para acabar la clase, pero no se lo digáis a nadie no vaya a ser que os prohíban la lectura del que, para mí, es uno de los mejores cuentos del mundo.

La princesa y el guisante
Autora e ilustradora: Lauren Chlid
Basado en el cuento de Hans Christian Andersen
Fotografías: Polly Borland
Editorial: Serres
(Texto publicado en la Oreja verde)

Lucía, Andrea y Alfonso, los tres de siete años, salieron al patio a leer La princesa y el guisante.
Fue un libro que les atrajo nada más verlo en la biblioteca escolar. En la cubierta se veía a una chica subiendo por una escalera. Parecía querer meterse en el cuento. Andrea, muy decidida, propuso a sus compañeros.
“¡Vamos a seguir a esa chica!”
Y sin dudarlo un instante, los tres se metieron de cabeza en la historia. Empezaba como casi siempre empiezan los cuentos de siempre:“Había una vez”.
Sólo con pronunciar esas palabras los niños se metieron dentro.
El “había una vez” era una frase mágica.
Lucia, Andrea y Alfonso se deslizaron por las páginas del libro como si estuvieran bajando por un tobogán que les llevara a un mundo extraordinario.
Nada más llegar, conocieron a un rey y a una reina que tenían un hijo.
Cuando el príncipe se hizo mayor, los padres decidieron casarlo con una princesa.
El príncipe dijo que bueno, que sí, que se casaría, pero la princesa tenía que ser “más encantadora que la luna, más fascinante que las estrellas del cielo y tener un algo especial.”
Lo de fascinante y encantadora estaba más o menos claro. Más o menos. Pero lo que ni siquiera el príncipe sabía explicar era qué significaba eso de tener “algo especial”.
Lucia, Andrea y Alfonso pensaron qué cualidades podrían ser especiales.
¿Qué querría decir el príncipe con especial?
Siguieron adentrándose en el libro tratando de descubrirlo.
Los niños lectores salieron de viaje con el príncipe por los reinos vecinos y conocieronprincesas bellas, pero vanidosas; inteligentes, pero aburridas, interesantes, pero con una cierta tontería.
La verdad es que no era nada fácil averiguar qué era tener “algo especial”.
Por fin, continuando su viaje por el libro, llegaron hasta una casita situada en lo alto de un árbol en la cima de una montaña.
Allí vivía una joven bellísima “que tenía el cabello negro más bonito que nadie haya visto jamás. Era preciosa, curiosa, inteligente, simpática y tenía “algo especial.”
Y siguieron a aquella princesa –porque se trataba de una princesa– intentando verle lo especial.
La siguieron por un bosque oscuro y salvaje.
De repente, se vieron sorprendidos por una gran tormenta de cuento.“El viento aullaba, los árboles chirriaban y crujían, la lluvia inundaba los campos y los relámpagos aparecían como fuego en el cielo oscuro”.
Se pusieron empapados, los niños y la princesa. Además estaban perdidos en aquel lugar, en medio de no sabían dónde.
Pero Lucía, Andrea y Alfonso, para no pillar un resfriado, salieron de allí, ¿cómo?, pasando la página de la tormenta, claro está. Y se encontraron con la princesa empapada llamando, ¡qué casualidad!, a la puerta del castillo del príncipe.
El que quiera saber lo que pasó después, tendrá que meterse dentro del libro, igual que hicieron Lucía, Andrea y Alfonso.
“Un momento, un momento –pide una lectora intrigada– ¿consiguieron saber qué era ese algo especial?
Pues creo que era la capacidad de sentir lo que otros no son capaces de sentir.
“Y el libro, ¿qué nos dices de él?”
Pues que también es muy especial. Su texto, sus ilustraciones, sus fotografías tienen eso que lo convierten en algo muy, pero que muy, muy especial.

La bibliotecaria de Basora
Autora e ilustradora: Jeannette Winter
Editorial: Juventud
(Texto publicado en La Oreja Verde)

Nuria Fuente, Ramón Llames y Claudia García, los tres de ocho años, acababan de entrar en la biblioteca del colegio cuando, de pronto, surgió ante ellos una mujer de cara redonda y bondadosa. Llevaba un pañuelo azul de lunares en la cabeza y un montón de libros en los brazos. Al ver a los tres compañeros, les dijo con exquisita amabilidad.
–Ah, muchas gracias por haber venido. Por un momento pensé que tenía que transportar los libros yo sola. Por favor, podéis ir trayendo todos los que quedan en las estanterías. ¡Hay que salvar los libros!
–¿Salvarlos de qué? –preguntaron los tres a la vez.
–De qué va a ser, de la guerra. ¿No os habéis dado cuenta? Están bombardeando la ciudad. La biblioteca corre grave peligro. Tenemos que darnos prisa.
–Pero, señora, ¿qué ha pasado? ¿Dónde estamos? ¿Quién es usted? –preguntó Nuria.
–Pobrecillos, no sabéis ni dónde estáis. Y no me extraña. Aquí ya nadie sabe dónde está ni qué va a ser de él. Pero que mal educada soy, si ni siquiera me he presentado. Me llamo Alia Muhammad Baker y soy la bibliotecaria de la ciudad de Basora.
–¿Basora? ¿Dónde está eso? –interrogó Claudia.
–Os veo un tanto perdidos, es natural. Han ocurrido todo tan deprisa. Basora es una preciosa ciudad situada al sur de Irak. ¿Qué ha ocurrido? Que de repente nos ha venido la guerra como si fuera un monstruo destructor que pretendiera acabar con todo. Por eso tenemos que poner los libros a salvo antes de que bombardeen la biblioteca.
–Pero señora nosotros estamos en nuestra biblioteca del colegio, no en Basora –replicó Ramón.
–Por supuesto, ya los sé, por eso, habéis llegado hasta aquí. Nada más entrar, se os ocurrió abrir mi libro, ese que todavía tenéis en las manos y que se titula La bibliotecaria de Basora, una historia real de Irak. Y ahí dentro estaba yo esperando ayuda, esperando también contarle a alguien lo me ha ocurrido. Gracias por entrar.
–De nada, pero no sabemos cómo la podemos ayudar, sólo somos unos niños de 8 años –comentaron a la vez.
–Me podéis ayudar leyendo mi historia y recomendando a vuestros compañeros que también la lean. Así sabrán lo qué pasó. Y ahora, por favor, ¿me ayudáis a meter los libros en mi coche?

viernes, 15 de junio de 2007

Las clases de tuba


Las clases de tuba
Autor: T.C. Bartlett
Ilustradora: Monique Felix
Editorial: Kalandraka


La maestra de segundo curso del colegio Sherezade, dijo a sus alumnos nada más empezar la clase:
–Quiero enseñaros un cuento fabuloso. Se titula Las clases de tuba. A diferencia de los cuentos que todos los días leemos, éste no tiene texto escrito, sólo preciosas imágenes con una frase al principio y otra al final.
–Pero, seño –dijo Ana, de 7 años, una niña que parecía tener siempre la boca llena de preguntas interesantes–, tú dijiste una vez que las historias hay que pensarlas primero, y que eso es como escribirlas en la cabeza. O sea, a ver si me explico, que aunque en ese libro no haya apenas nada escrito, el autor tuvo que escribir el cuento en su cabeza, ¿no?
–Pues sí, Ana, te explicas muy bien. Y, en efecto, el que pensó este cuento, lo escribió en su cabeza y se lo contó después a una ilustradora. La ilustradora lo pintó en papel con unos dibujos tan extraordinarios que sólo con ellos se entendía de maravilla la historia. Así que el autor supongo que diría: «Yo he escrito este libro en mí cabeza, la ilustradora lo ha contado con dibujos tal y como yo lo he imaginado, por lo tanto no necesito añadirle más palabras». Y por eso este libro se cuenta con hermosos dibujos y no con palabras escritas.
–Seño, Enséñanos ya ese cuento, por favor. Estoy deseando verlo –dijo Manuel, un niño al que le encantaban las historias de su profesora.
–Mirad, acercaos. Como en los cuentos todo es posible, este niño sale de su casa. Lleva una tuba. Alguien, le dice: «¡Y no te entretengas por el bosque, que vas a llegar tarde a las clases de tuba!»
¿De quién será la voz que sale de dentro de la casa?
–¡De la madre! –contestaron a coro casi todos los alumnos. Ya no hay, como os dije, más texto hasta llegar al final. Decidme, ¿por dónde camina el niño?
–Por un pentagrama –respondieron cinco niños a la vez.
Y una niña añadió:
–Por un camino de música.
–¡Oh, sí, fabuloso, por un camino de música! –repitió la maestra. Ahora vamos a leer las imágenes y vosotros ponéis las palabras, ¿vale?
Toda la clase fue con el niño por el bosque. Y cómo él, se entretuvieron por el camino. Y llenaron de palabras entusiasmadas aquel cuento que no tenía palabras. Y vivieron una aventura prodigiosa.
Os aseguro que los niños y niñas que vivieron este cuento, quedaron tan entusiasmados con él, que ahora sueñan con vivir una aventura tan fabulosa como la del niño protagonista de Las clases de tuba.
Ojalá las personas mayores lo leyeran también. Les serviría para entender un poco mas a los niños.

Chocolate
Autora: Trinitat Gilbert
Ilustradora: Mariona Cavassa
Editorial: La Galera
(Texto publicado en La Oreja Verde)
Uno de los profesores de quinto, les propuso a sus alumnos que investigaran, cual si fueran detectives privados, sobre algo de comer que les gustara mucho. Tenían que averiguar de dónde procedía, cómo se elaboraba, dónde se compraba y todo cuanto pudieran indagar del alimento que hubieran escogido.Paula Hidalgo y Carlos González, los dos de diez años, tuvieron muy claro desde el principio lo qué les gustaría conocer a fondo. A los dos les encantaba el chocolate, por lo tanto investigarían, sin dudarlo, sobre su manjar preferido.
«Pero», se preguntaron nada más haber tomado esa decisión, «¿por dónde empezamos nuestras pesquisas».
Detengámonos en esta última palabra un momento. Fue Paula la que dijo «pesquisas», la había oído en una película policíaca. Una chica contaba a su amiga: «Las pesquisas de la policía permitieron descubrir al asesino».
Comprobó, en el diccionario, que pesquisa significa indagación, investigación, o sea, que la palabrita en cuestión definía muy bien su tarea detectivesca.Volviendo a donde nos habíamos quedado, Carlos propuso empezar a buscar en la biblioteca. «Allí es seguro que no hay chocolate», dijo riéndose, «pero quizá encontremos un libro que nos dé alguna pista».En la biblioteca encontraron más que una pista, encontraron justo el libro que estaban buscando y no lo sabían, el que les iba a dar los datos precisos y preciosos para resolver la tarea que se les había encomendado. Fue su gran descubrimiento.
El libro se titulaba, precisamente, Chocolate. Nada más tenerlo en la mano, se dieron cuenta de que estaba hecho con el mismo cuidado con el que los maestros chocolateros elaboraban sus deliciosos bombones.
En sólo cuarenta y cuatro páginas se contaba, de manera amena, interesante y atractiva todo lo que no sabían del chocolate, de qué planta se extrae, cuál es su origen, cómo se descubrió, cómo se elabora, y hasta varias recetas y un cuento.Para Carlos y Paula fue una delicia saborear aquel libro que les llevó del sabor al saber.

Nadarín
Autor e ilustrador: Leo Lionni
Editorial: Kalandraka
(Texto publicado en La Oreja Verde)
Álvaro, Paula y Pelayo estaban en la biblioteca cuando, de repente, vieron un pequeño pez negro que les llamaba. Es curioso, ninguno de los tres se asombró de que un diminuto pez les dirigiera la palabra.
“Por favor, venid conmigo, les dijo el pececillo”.
Y los tres, sin dudarlo un instante, se sumergieron en el libro titulado Nadarín. Y está fue la conversación que mantuvieron con el pez.
–¿Para que querías que te siguiéramos?
–Es que me sentía muy solo, asustado y triste.
–¿No tienes familia ni amigos?
–Bueno, veréis, yo vivía con una bandada de peces que eran todos rojos. Yo era el único de color negro.
–¿Y no te querían por ser negro y te echaron de la banda?
–No, no de ninguna manera. ¿Por qué no me iban a querer?
–Lo que pasó es que un día vino un atún enorme y, de un bocado, se zampó a todos los pececillos rojos. Yo fui el único que consiguió escapar.
–Oh, qué terrible.
–Sí, fue terrible. Pero ahora, al veros a vosotros se me ha pasado la tristeza. Seguidme, el mar está lleno de maravillas.
Los tres compañeros siguieron a Nadarín y contemplaron, fascinados, grandes medusas del color del arco iris, impresionantes anguilas, extraños peces.
De pronto, los niños vieron que Nadarín se encontraba con un grupo de pececillos de su especie y se ponía muy contento. Y oyeron cómo los invitaba a surcar el mar contemplando las maravillas que él había empezado a vislumbrar. Y escucharon la respuesta atemorizada de los pececillos a Nadarín. “No podemos salir de aquí, el gran pez nos comerá”.
“Nos comerá, nos comerá, nos comerá”, parecían repetir los miles de pececitos rojos.
Y volvieron a oír a Nadarín que les decía a los pececitos:
“Pero no podéis quedaros ahí para siempre. Tenemos que pensar algo”.
Y Álvaro, Paula y Pelayo vieron, por último, la genial idea que puso en práctica Nadarín para que los pececillos pudieran ir nadando por el ancho mar sin temor al gran pez.
“¿Qué idea fue esa?”, preguntó una niña cuando lo contaron en clase.
“Quien desee saberlo dijo Lydia, la profesora, tendrá que lanzarse al mar, como hicieron vuestros compañeros y seguir a Nadarín nadando por las páginas de su libro.

lunes, 11 de junio de 2007

Jaime de cristal

Jaime de cristal
Autor: Gianni Rodari
Ilustraciones: Javier Aramburu
Editorial: SM
Una niña de tercero le dijo a su madre nada más salir del colegio:
–Mamá, hoy ha estado en clase un cuentacuentos.
–Ah, qué interesante, ¿y qué os contó?
–Un cuento precioso de un niño que era de cristal.
–¿Cómo se titulaba el cuento?
–Se titulaba Jaime de cristal.
–¿Un niño de cristal? Eso es muy fantástico, ¿no? ¿Puede existir un niño así?
–En la realidad, no, mamá, pero en los cuentos sí. El contador nos dijo que en los cuentos todo era posible.
–Claro, es cierto.¿Y de qué trataba ese cuento que tanto te gustó?
–Pues de un niño transparente. Era como cualquiera de nosotros, pero parecía de cristal. Desde fuera se le veía el corazón, el cerebro y hasta los pensamientos y los secretos.
–Si se le veía todo, se le verían hasta las mentiras, ¿no?
– Sí, claro. Una vez dijo una mentira, pero se le notó tanto que, desde entonces nunca más mintió a nadie. Cuando el contador leyó que todos lo querían por su sinceridad, nos preguntó qué significaba la palabra sinceridad. Casi todos mis compañeros dijeron que era ser muy bueno, hasta que un niño dijo que una persona sincera era la que siempre decía la verdad.
–Sigue contándome ese cuento, hija, que tengo muchas ganas de saber lo que pasó.
–Bueno, ahora viene lo malo.
–¿Cómo que viene lo malo? Sigue, hija, sigue que me tienes en ascuas.
–Pues ocurrió que un dictador se apoderó del país de Jaime de cristal y persiguió a todos los que no estaban de acuerdo con él. Al llegar a esta parte, el contador nos preguntó qué era un dictador. Y, poco a poco supimos que se trataba de un abusón que obligaba a todos por la fuerza a hacer lo que a él le apetecía. Y si alguien no estaba de acuerdo con sus órdenes, lo encarcelaba o lo mataba.
–Ahora ya estoy más enganchada en ese cuento, ¿qué pasó con Jaime de cristal?
–Tranquila, mamá, que sigo. Pues como se le veían los pensamientos, y siempre era sincero, todos podían darse cuenta de que Jaime, aunque no lo dijera con palabras, condenaba las injusticias, los abusos y la violencia del tirano.
–Y sus pensamientos, ¿no los vio también el dictador?
–Sí, por supuesto que los vio. Y, al ver lo que pensaba Jaime de él, el malvado encerró a Jaime en la cárcel. Pero también la cárcel se volvió transparente y todos seguían viendo los pensamientos de Jaime. Él representaba la verdad, y la verdad es más fuerte que cualquier cosa.
–Hija, te gustaría ir a la biblioteca y sacar ese libro.
–Sí, mamá, me parece una buena idea, así puedo volver a leerlo y leerlo tú también si te apetece.
–Ya lo creo que me apetece, hija.

Frederick
Autor e ilustrador: Leo Lionni
Editorial: Lumen
(Texto publicado en La Oreja Verde)

Esteban, de 10 años, estaba tan concentrado escribiendo que ni se dio cuenta de que Mónica, su madre, acaba de llegar a casa después de un largo día. Ellos dos vivían solos.
«Ah de la fortaleza», saludó Mónica de manera muy teatral, «no hay nadie en el castillo que me abra el puente levadizo de su hospitalidad y me otorgue el don de un saludo, de un beso, de un hola qué tal, mamá. ¿Nadie habita en el interior de estos muros de gélido silencio?»Esteban salió de repente de su concentración.
«Ay, hola mamá, no te había oído, estaba escribiendo, perdona».La madre siguió la broma.
«Te perdono, Caballero Ensimismado, si a cambio me muestras eso que has escrito y cuya ocupación te ha producido una sordera total».
«Este es», dijo Esteban imitando el tono y las formas teatrales de su madre, «mi documento del perdón».
Su madre tomó el papel que le ofrecía y leyó:
«Pájaro cantor. Pájaro, intrépido volador, surcador de los cielos, cantor del alma. Reflejo del sol, mensajero del viento».
«Precioso, Esteban, me encanta».
Y siguió leyendo.
«Sol y lluvia. Sol y lluvia, sangre pura, alma despedazada por una gota cristalina. De amor puro».
Bueno, bueno, comentó la madre. Está muy bien.
«Hay más», le indicó Esteban.
Su madre volvió a concentrarse en el papel.
Desastre, se titulaba lo último que su hijo había escrito.
«Desastre. Palabra desordenada, juguetona y alegre. Es la palabra que más me gusta. Es la palabra que tengo en mi corazón».
«Te concedo, hijo mío el perdón, pues me ha entusiasmado lo que has escrito. Mira por donde voy a tener un hijo Frederick».
«¿Qué es eso de Frederick?, mamá».
«Es un cuento estupendo que estuve leyendo hoy, y que habla de ti. Mañana te lo traeré».
Al día siguiente, Esteban esperaba a su madre con impaciencia. Sentía mucha curiosidad por saber cómo un cuento podía hablar de él.
Su madre llegó con el mismo humor que el día anterior.
«Caballero Esteban, aquí le hago entrega de lo prometido», le dijo mostrándole un libro en cuya cubierta aparecía un ratón con una flor.
Esteban miró primero el libro por fuera, lo hojeó después nervioso, como buscando algo que no acababa de encontrar, y al fin exclamó con cierta decepción.
«¡Mamá, pero si este es un libro de ratones».
«¿Y?», preguntó de manera escueta su madre.
«Que me dijiste que era un libro que hablaba de mí».
«Y de ti habla, querido, pero para averiguar lo que dice tienes que leer el texto, no conformarte sólo con mirar sus hermosas imágenes».
Picada de nuevo su curiosidad, Esteban empezó a leer aquella historia de ratones para saber quién era Frederick y en qué se parecía a él.
Y pronto supo que, aquel ratón, mientras los demás trabajaban en «cosas útiles», él se dedicaba a recoger rayos del sol, colores para el invierno y palabras, palabras y más palabras.
Cuando terminó de leer el libro, miró a su madre y le dijo:
«Gracias, mamá, me ha gustado mucho. ¿Pero de verdad crees que yo soy como el ratón protagonista de esta historia?»
«Ya lo creo que sí, Esteban, lo que has escrito me ha demostrado que tú también eres un Frederick, que tú también eres un poeta».

Bolboretas. Mariposas
Autor: Xavier P. Docampo
Ilustrador: Xosé Cobas
Editorial: Everest
(Texto publicado en La Oreja Verde)
Imaginemos a dos casi adolescentes, a los que llamaremos Laura y Ramón. Imaginemos que les piden en clase escribir un poema sobre un libro. Imaginemos que escogieron el libro titulado Bolboretas. Y, por último, imaginemos que esto fue lo que escribieron.
Vimos revolotear
el libro entre las mesas.
Se posaba en las manos,
se detenía un momento,
sólo un momento,
y de nuevo abría las alas
y desaparecía volando.
Y volvía a aparecer de repente
mirándonos de frente,
como si nos quisiera
invitar a volar.
Nos mostraba
la belleza de sus colores,
de todos sus colores,
y la belleza de las palabras
que guardaba dentro
de la belleza
de sus colores.
Y quisimos atrapar
sus palabras con la boca
para que no
las llevara el viento.
Y uno cogía la frase:
“Pasear por los caminos”,
y otro: “Cuidado de no
hacerle ningún daño”.
Y así fuimos llenando
la boca de palabras
y de frases
que no entendíamos
del todo, pero que nos
hacían cosquillas
en la lengua.
Y nos echábamos a reír,
a reír, y las dejábamos huir.
Al pasarnos
las palabras
de boca en boca,
sin hacerles daño,
sentimos su temblor,
como si fueran
temblores de alas
de mariposas.
Y de pronto
supimos lo que
significaba tener
miles de mariposas
volando dentro,
muy dentro de nosotros.

jueves, 7 de junio de 2007

Platero y yo

Las tres vidas de Rosa Navarro Durán
Autora: Rosa Navarro Durán
Editorial: Edebé
(Texto publicado en La Oreja Verde)

Hace unos días estuve conversando con un grupo de niños y niñas sobre Rosa Navarro Durán. Rosa nos ha contado, en dos libros preciosos, la historia de don Quijote y de Tirante el Blanco. Son unas magníficas introducciones para acercarnos a estas dos grandes obras. Ahora acaba de publicar también su Platero contado a los niños.La conversación empieza cuando les digo:
–A Rosa Navarro le gusta decir que tiene dos vidas, aunque yo pienso que tiene, por lo menos, tres.
–¿Cómo es eso?– me interrumpe una niña. –Nadie puede tener tres vidas. Bueno, dicen que los gatos tienen siete. ¿Cuáles son esas tres vidas de Rosa?
–En su primera vida, Rosa es catedrática en la Universidad de Barcelona. Allí trata, más que de enseñar, de contagiar el amor a la lectura a sus alumnos. Es de esas personas a la que a casi todos nos gustaría tener como profesora.
–¿Y la segunda vida?En su segunda vida es una gran detective de la literatura. Y en su labor detectivesca ha realizado un descubrimiento extraordinario.
–¿Cuál es ese descubrimiento extraordinario? –preguntan todos a la vez.
–Hay importantísimas obras literarias que nadie sabe quién las ha escrito. Una de esas obras es El Lazarillo de Tormes.
–Cuando no se sabe quién es el autor de una obra se dice que es anónimo, ¿no es así? –puntualizó un niño.
–En efecto, así es.
–¿Y ella ha descubierto quién fue el autor del Lazarillo? –Preguntó afirmando una niña.
–Pues sí, has hecho una estupenda deducción, Rosa, como cualquier buen detective científico, tras estudiar bien, bien todas las pruebas, ha llegado a la conclusión, que justifica con sólidos argumentos, de que El Lazarillo fue escrito por Alfonso de Valdés.
–¿Y quién era ese señor?
–La verdad es que se sabe muy poco de su vida , aunque fue un hombre importante, pues llegó a ser secretario del emperador Carlos V.
–¿Y la tercera vida de Rosa?–Es la que dedica a contarles a los niños algunas de las grandes obras de la literatura. –¿Y cómo las cuenta?
–Esa es una buena pregunta. Las cuenta en preciosos libros, pero lo hace de tal manera que parece estar sentada a nuestro lado, narrándonos con entusiasmo las peripecias que han vivido los personajes de las historias que ha elegido para relatarnos.
–¿Y ahora nos cuenta el Platero de Juan Ramón Jiménez?
–Eso es, ahora ha querido acercarnos a uno de los relatos más reconocidos de la literatura española. Abrid el libro. Leed.
Veréis a Platero, peludo y suave, trotando en él a través de las palabras vibrantes de Rosa Navarro Durán, una mujer que, igual que el autor del Lazarillo, es sabia, libre y clara.

¿Quién se atreve a leer este libro?
Autor: Chris Mould
Editorial: Timun mas
(Texto publicado en La Oreja Verde)

El extraño suceso que voy a contaros ocurrió a última hora de la mañana del viernes. José Luis, profesor de quinto, acababa de conversar con sus alumnos sobre el miedo. Era un tema que había surgido en clase. Todos se encontraban concentrados, anotando lo que les daba susto. Pretendían intentar escribir después un relato de terror. De repente, oyeron golpear con fuerza en la puerta del aula, ¡pom, pom, pom! Fueron tres golpes secos. Más de uno se sobresaltó con aquel ruido inesperado.“Adelante, pase”, dijo el profesor. Pero nadie abrió. “Pase”, volvió a decir José Luis levantando la voz y acercándose a la entrada, pero nadie pasó. Abrió la puerta, y tampoco nadie apareció tras ella.
Era muy improbable que se tratara de una broma, pues todos estaban en sus respectivas clases. Sin embargo, el profesor atisbó el pasillo solitario. Nada, ni un alma.Las miradas de los niños y niñas se dirigieron hacia aquel misterio, tratando de vislumbrar algo en el espacio vacío.
Una niña exclamó: “¡Mirad, en el suelo!”. Se trataba de una caja. El profesor la cogió. Tenía impreso Noche de Fantasmas. La caja contenía un libro. El libro llevaba el mismo título, Noche de fantasmas, y traía una nota escrita con letras mayúsculas pegada en la cubierta. El maestro la leyó en voz alta y pausada:
“BUSCO A QUIEN SE ATREVA A LEER ESTE LIBRO, ¿HAY ALGUIEN QUE SE ARRIESGUE? SI ESE ALGUIEN ESTÁ AQUÍ, QUE SE ADENTRE EN SUS PÁGINAS”.
Se hizo un silencio tan espeso que casi no dejaba respirar.
El profesor preguntó con la mirada: “¿Quien quiere leerlo?”
Illán Hevia y Rodrigo Álvarez, los dos de diez años, se atrevieron a levantar la mano, aunque fuera con cierto recelo.
Entonces la clase entera vio lo que nadie creería si no lo viera. Vieron al libro dar tres golpes en el suelo, ¡pom, pom, pom!, como los que oyeron en la puerta, vieron al libro dar un salto de alegría y vieron al libro volar desde la mesa del profesor hasta las manos de Illán y Rodrigo.
Y los niños lo leyeron y acabaron sobrecogidos, pero eufóricos.“¿Qué tal?”, les preguntaron sus compañeros. “¡Guau, impresionante!”, contestaron.Así que cuando José Luis volvió a preguntar “¿quién quiere leer este libro?”, todas las manos de la clase se levantaron.
Y os doy mi palabra de que el libro sonrío.

Si un león te pregunta la hora
Autor: Hermann Schulz
Editorial: Edelvives
(Texto publicado en La Oreja Verde)

La maestra de quinto les pidió a sus alumnos que entrevistaran a un personaje de una novela que hubieran leído. “Hacedlo”, les dijo, “como si ese personaje fuese real”. Y añadió: “Podéis preguntarle lo que queráis, pero las respuestas tienen que estar extraídas de esa misma novela.” Terminó diciéndoles: “Intentad también que esa entrevista sirva para presentar el libro a quienes no lo conozcan.
Héctor González y Shaida López, los dos de diez años, decidieron entrevistar a Tomeo, el protagonista del libro “Si un león te pregunta la hora.”
Y así fue su entrevista:
–Hola, Tomeo yo me llamo Shaida y mi compañero Héctor. Nos impresionó mucho tu libro. Nos gustó, sobre todo, cómo lo cuentas. Tu historia empieza un día que te llama tu madre, ¿no es así?
–Bueno, en realidad no me llama, sino que me pregunta a gritos desde la cocina si había acabado ya la importante tarea que me había encomendado.
–¿Y qué tarea era esa?
–Desplumar gallinas. Nadie hace ese trabajo tan rápido y tan bien como yo, lo que no es ninguna ventaja: cada semana tengo que desplumar una cien gallinas, porque mamá luego va a venderlas al mercado.
–Quizá teníamos que haber dicho para empezar que tú vives en África, pero ¿dónde exactamente?
–Lo que cuento en el libro lo viví estando en Kigoma, una aldea situada junto al lago Tanganika, en Tanzania. Lo mejor es que lo busquéis en un mapa de África para que sepáis dónde está exactamente.
–¿Y qué es lo que cuentas en ese libro?
–Cuento las peripecias que tuve que pasar cuando, tras un grave accidente que sufrió mi padre en la mina que estaba intentando explotar, mi madre me encargó que fuera a pedir dinero prestado a diversas personas para pagar al médico que atendía a mi padre. ¡Mucho corrí aquellos días!
–¿No tenías miedo de los animales salvajes?
–¿Animales salvajes? Ya no hay casi animales salvajes. De vez en cuando se ven todavía antílopes o cebras. Antes había un montón de leopardos y leones, pero ahora hay demasiada gente.
–¿Cómo te hacía sentir tener que ir a pedir dinero a la gente?
–Me sentía muy importante. Pedía ayuda para mi padre, el gran geólogo mzungu.
–Perdona ¿qué es eso de geólogo mzungu?
–Un geólogo es alguien que estudia las rocas y las piedras. Mzungu, en nuestra lengua, el swahili, significa persona de color blanco.
–Si tu padre era blanco, ¿cómo es que tu eres negro?
–Me da la risa esa pregunta. ¿Por qué va a ser? Porque se casó con una mujer negra. Yo salí negro como podía haber salido mulato o blanco.

miércoles, 6 de junio de 2007

Despereaux

Despereaux
Autora: Kate Dicamilo
Editorial: Noguer
(Texto publicado en La Oreja Verde)

Isabel, de nueve años, fue con su madre a la librería a la que solía ir con frecuencia. A Isabel le entusiasma leer y su madre le había prometido comprarle un libro muy especial. La librera las recibió con una gran sonrisa.
–Isabel – le dijo la librera dirigiéndose a la niña en tono de complicidad– tengo un libro que parece haber sido escrito para ti. Es un libro muy difícil de conseguir. Mira –dijo mostrándoselo–, es el único ejemplar que tengo.
Despereaux –leyó con dificultad la niña.
–Que no te desanime el título. Está en francés. Se lee desperó. Es el nombre que pone la madre al protagonista de esta historia. Nada más leer el primer capítulo sabrás por qué.Isabel cogió el libro como si le hubieran dado el mayor de los tesoros.Lola, su madre, tenía que hacer unos recados. Isabel prefirió quedarse a esperarla en un parque. La verdad es que tenía muchas ganas empezar a leer aquel libro que la atraía con una fuerza irresistible.Así que abrió el libro y empezó a leer la portada:
Desperaux
Es la historia de un ratón, una princesa, una cucharada de sopa y un carrete de hilo.
Luego venía una página de agradecimientos seguida de otra con esta dedicatoria:
Para Luke, que me pidió la historia de un héroe improbable.
Isabel sabía que improbable significaba que es muy difícil que ocurra.
Todo esto la estimuló aún más a sumergirse de lleno en la lectura.
Empezó el primer capítulo:
“ESTA HISTORIA COMIENZA entre los muros de un castillo, con el nacimiento de un ratón.”
Y ya tenemos, lector, a Isabel dentro del castillo. Sigámosla. Acaba de ver nacer un ratón minúsculo. Su madre, una ratona francesa, está decepcionada. Su marido le pregunta cómo va a llamarlo.
– Llamaré Despereaux a este ratón, por toda la tristeza, por la desesperanza de este lugar.
Isabel se encariña desde el principio con este ratoncito diminuto, de orejas desmesuradas, que nació con los ojos abiertos y que nadie cree, ni su padre ni su madre, que vivirá mucho tiempo.
“He aquí”, piensa Isabel, “al héroe improbable.”
La niña siguió leyendo la historia de Despereaux, el héroe improbable.
No podía dejar de leer, lector. Si lo hacía le parecía que abandonaba al ratón a su suerte. Y el héroe diminuto, en la página 71, que es hasta donde había llegado Isabel, estaba pasando por una situación muy difícil y peligrosa. Ahora sí que su vida corría peligro.
¿Abandonarías lector a tu héroe cuando más te necesita?
Pues Isabel tuvo que hacerlo. Una mano que se le puso en el hombro la sacó de repente de su ensimismamiento.
No te asustes, lector, aquella mano era la de su madre que la hacía regresar al mundo real.
¿Real? ¿Acaso no eran también reales las intensas emociones que había vivido siguiendo a Despereaux?
Sí, por supuesto que eran reales, por eso Isabel apresuró el paso, quería llegar pronto a casa, cenar y volver con su héroe improbable.
Unos días después Isabel iba pensando en una frase que le había quedado grabada del libro. Era esta: “Las historias son luz, y la luz es preciosa en un mundo tan oscuro.”En pocos libros, pensó Isabel, he encontrado tanta luz como en este.
Y empezó a leerlo de nuevo.

La aventura formidable del hombrecillo indomable
Autor: Hans Traxler
Editorial: Anaya
(Texto publicado en La Oreja Verde)

¡Qué aventura tan formidable fue la que vivieron Bingyu Pan, Candela Cuesta y Sergio Pérez.
Ocurrió una mañana, durante el recreo, en la biblioteca escolar. Ya les habían advertido en numerosas ocasiones que tuvieran cuidado con los libros, pues a quienes se adentran en sus páginas puede sucederles lo más imprevisible.De repente vieron, en una esquina de la biblioteca, a un hombrecillo vestido con un traje verde de curiosos pantalones bombachos, un sombrerito de paja y unos calcetines de cuadros escoceses. El hombrecillo, sin decirles nada, cogió una esponja que encontró en el suelo y empezó a estrujarla.
Y, poco a poco, la biblioteca se fue llenado de agua, cada vez más agua y más agua. Hasta que aquello se convirtió en un lago inmenso.Bingyu, Candela y Sergio no tuvieron más remedio que seguir al hombrecillo y, al igual que él, “para no perder la vida, a un tonel subieron enseguida”.
Y las peripecias se sucedieron sin respiro una tras otra.
Escalaron un volcán, volaron en avión, montaron en camello, visitaron Roma y China todo ello en un abrir y cerrar de páginas.
Y, al final, antes de que diera la una, se encontraron en la Luna.
Cuando les contaron esta peripecia a sus compañeros de clase, todos fueron corriendo a la biblioteca deseando encontrase con aquel hombrecillo para seguirlo en su delirante aventura.
Y muchos fueron los que tuvieron la suerte de encontrarlo nada más abrir las páginas del libro “La aventura formidable del hombrecillo indomable”.

Larita
Autor: Suso Cubeiro
Editorial: Everest
(Texto publicado en La Oreja Verde)
Martino tenía que hacer una entrevista a un personaje de un libro, pero un personaje que no fuera un ser vivo, ni persona ni animal ni planta. La verdad es que cuando la maestra les propuso esta tarea a sus alumnos, todos creyeron que se trataba de una adivinanza o de una broma.
–Podéis entrevistar –les había explicado la maestra–, a una lavadora, a un coche o a un lápiz, por ejemplo, siempre y cuando alguno de estos objetos haya sido, como os dije, protagonista de un cuento, de una historia. Lo que sí es importante es que en la entrevista ese objeto parezca que tiene vida de verdad. Vuestras palabras tienen que hacer ese milagro. Eso es lo que hacen los escritores.
A todos les parecía un ejercicio muy difícil.Sin embargo Martino ya sabía a quién iba a entrevistar. Un tío suyo “loco por los trenes”, como decía su madre, le acababa de regalar un libro que le había impresionado mucho. Se titulaba Larita, y era la historia de una antigua locomotora de tren relatada por ella misma. Y estaba tan bien contada y dibujada que aquella máquina parecía más viva que muchos seres vivos.
Así que, nada más llegar a casa, cogió el bocadillo que tenía preparado encima de la mesa de la cocina, se metió en su habitación, abrió el libro que le había regalado el “loco por los trenes” y empezó a escribir su entrevista.
–Buenas tardes, Larita. Te agradezco mucho que hayas aceptado venir a conversar conmigo. Tú ya tienes muchos años, aunque no sé si serán demasiados para una máquina. ¿En qué año naciste?
–Vine al mundo en Inglaterra, en el año 1880, un 15 de junio. Hace ahora, ¿sabes cuánto? ¡125 años! ¡Cómo me acuerdo del día que salí del taller! Las otras locomotoras da fábrica me miraron con admiración y, por qué no decirlo, con un poquito de envidia también. Ellas sabían que yo era una locomotora muy especial.
–¿Por qué eras tan especial?
–Porque había sido concibida para remolcar al tren de un rey.
–Parece el comienzo de un cuento.
–Es que mi vida es como un cuento.
–Por favor, empieza por el principio, ¿quién te puso ese nombre?
–Bueno, en el taller me bautizaron con el nombre de Cero Tres Cero, pero después de muchas peripecias me llamaron Lar y, más tarde, de manera cariñosa, Larita.
–¿Te gusta ese nombre?
–Pues, si hubiera podido escoger, a mí me hubiera gustado más llamarme Lariña, pero ya sé que ni los humanos podéis elegir vuestro nombre.
–Volvamos atrás, ¿llegaste a ser la locomotora de un rey?
–No, qué va. Una desgracia rompió mi sueño al poco de llegar en barco a estas tierras.
–¿Qué te ocurrió?
–Que se rompió la cadena de la grúa que me estaba bajando al puerto y casi me quedo paralítica para siempre.
–Oh, debiste sufrir mucho.
–Ni te lo imaginas. Pasé a ser de la locomotora envidiada a la locomotora olvidada. Nadie quería saber nada de mí. Y pase mucho tiempo apartada en un descampado, oxidándome, que es como envejecemos las máquinas.
–Pero ahora tú eres la gran protagonista de un libro.
–Sí, eso se debe a la generosidad y al buen hacer de un magnífico escritor e ilustrador. Ahora puedo decir bien alto que yo tuve tres vidas. La primera cuando vine al mundo en aquella fábrica inglesa. La segunda me la dieron César y Xesús, dos viejos amigos de los trenes. Y, la tercera, y la más notable, me la ha dado ahora con este libro Suso Cubeiro.
–O sea, que el que quiera conocer tus tres vidas, tan llenas de peripecias, tendrá que viajar contigo en ese libro.
–Si, además, cada vez que alguien lo lee, como has hecho tú, me da una vida más. Por eso te doy mil gracias.

La gata Felicia
Autora: Meredith Hooper
Ilustrador: Bee Willey
Editorial: Serres
(Texto publicado en La Oreja Verde)

Si viajáis a Madrid, a París, a Londres o a Nueva York y preguntáis a cualquiera por Felicia, os sorprenderá comprobar que todo el mundo la conoce. Bueno, pero no tenéis que preguntar a las personas, sino a los gatos, porque Felicia es una famosa gata.Aprovechamos que pasó por ESpaña a presentar el libro en el que se cuenta su vida para charlar con ella, aunque, la verdad está ya más que harta de entrevistas.
–Felicia , tu eres, quizá, la gata más conocida por los gatos del mundo, aunque la mayoría de los seres humanos no sepan quién eres. ¿Por qué los gatos te consideran su heroína?
–Todo empezó la Noche de Entrada Libre para los Gatos en los museos. Miles de gatos visitamos los más importantes museos y contemplamos, indignados, que, en los cuadros, aparecían perros, caballos, pájaros, monos, tigres y hasta leones, pero apenas si había algún cuadro con gatos. ¿Por qué esta desconsideración hacia nuestra especie nos preguntamos?
–Eso, ¿por qué?
–Me costaba encontrar una explicación satisfactoria a esa pregunta. Yo, como pintora que soy, quise reparar esa injusticia, y volví a pintar alguno de las más reconocidas obras de arte, pero añadiéndoles los gatos que deberían haber figurado en ellas.
–¿Hay alguna pintura española a la que hayas añadido el gato o los gatos que faltaban?
–Sí, he vuelto a pintar Las meninas, de Velázquez, ese fabuloso cuadro, y le he colocado un gato lamiéndose las uñas. Ahora esa pintura ha ganado en calidad, en intensidad y en gatuidad (vosotros diríais en humanidad).
–Y se dice que has descubierto por qué sonríe la Gioconda o Mona Lisa, de Leonardo da Vinci ¿es cierto?
–Está clarísimo que sonríe porque sujetaba entre sus manos un hermoso gato. Y así es como también la he vuelto a pintar yo.
–¿Dónde podemos contemplar tus obras de arte?
–Mis pinturas, por ahora, sólo pueden verlas los gatos en nuestros museos. En este momento hay un intenso debate en las diversas comunidades felinas sobre si se debe o no dejar visitarlos a los seres humanos. Existe entre nosotros una arraigada, y justificada, desconfianza hacia los humanos.
–O sea, que no hay manera de conocer tu historia y tus obras de arte.
–Claro que podéis. ¿Cómo? Leyendo y viendo el libro en el que se narra mi historia. Se titula La gata Felicia.
Dicho esto, desapareció con el mismo sigilo con el que se había presentado.

martes, 5 de junio de 2007

Como curé a papá su miedo a los extraños
Autor: Rafik Schami
Ilustrador: Ole Könnecke
Editorial: RqueR
(Texto publicado en La Oreja Verde)

Como cada semana, José Manuel, profesor de quinto, solicitó a cinco de sus alumnos una tarea que podríamos calificar de insólita para los tiempos que corren.
–Os voy a pedir que os convirtáis en detectives. Se trata de que investiguéis el caso de una niña cuyo padre tiene mucho miedo a los extraños. Ella está intentando curarle ese temor. Quiero que averigüéis si lo ha conseguido.Este encargo, de apariencia un tanto rara, suscitó de inmediato el interés de sus alumnos.
–Profe –preguntó un niño– ¿puedes darnos alguna pista? ¿Esa niña es de cuento o es de verdad?
–Esa es una buena pregunta. Pues sí, es una niña de cuento, pero podría ser de verdad, ya sabéis que en los buenos cuentos, aunque se relaten historias inventadas, se muestran muchas verdades. Así que, por favor, id a la biblioteca a realizar vuestra investigación.Los niños no tuvieron necesidad de preguntar el título de libro. Lo encontraron nada más llegar en el expositor de los libros recomendados. No había ninguna duda posible. Sólo podía ser el que se titulaba Cómo curé a papá de su miedo a los extraños.
De nuevo en clase, presentaron a su profesor el informe de lo que habían conseguido averiguar.
Transcribo el texto íntegro que presentaron los cinco detectives.
“La niña nos esperaba en la biblioteca. Nos comentó que vivía sola con su padre. El padre es un tipo interesante. Sabe hacer muchos trucos de magia, es muy atento divertido y amable con su hija, además de ser muy valiente. Su problema es que tiene miedo, casi podríamos decir pánico, a los extraños.
Le preguntamos al padre, que fue muy amable con nosotros, por qué le daban miedo los extraños. Nos explicó que le daban miedo “porque son muchos, están en todas partes, van sucios y meten mucho ruido. Y que además hablan lenguas que no se entienden, tienen un aspecto distinto y son de color oscuro, y a todo el mundo le asusta la oscuridad”.
Mientras hablaba su padre, la niña se reía por lo bajo.
Le preguntamos que le hacía tanta gracia.
Ella dijo que su mejor amiga era una niña africana, y que estaba buscando la manera de decírselo a su papá sin asustarlo. Pretendía, nada menos, que llevarlo a la fiesta de cumpleaños de su amiga, y tenía que preparar bien a su progenitor, no fuera a darle un patatús.
¿Cómo curó la niña a su padre de esta enfermedad? Eso se cuenta muy bien en este libro. Así que, si hay alguien interesado en saberlo, o tiene un padre al que pretenda curar del mismo mal, no tiene más que adentrarse en sus páginas.


León de biblioteca
Autora: Michelle Knudsen
Ilustrador: Kevin Hawkes
Editorial: Ekaré
(Texto publicado en La Oreja Verde)

Lydia, una de las profesoras de tercero, les preguntó en clase a Fabio, Sergio y Helena, tres de sus alumnos:
–¿Es cierto que habéis estado en una biblioteca increíble?
–Sí, profe –contestaron los tres a la vez–. Bueno, se trataba de una biblioteca normal, como todas…
–Era como todas –continuó Helena–, excepto por algo que se salía de lo normal.–Eso que se salía de lo normal –siguió Fabio– era un león que un día apareció en la biblioteca y, le gustó tanto, que siguió yendo todos los días.
–¿Y la gente no se asustaba? –preguntó un niño.
–Al principió las personas mayores, sobre todo, se pusieron un poco nerviosas, pero en cuanto se dieron cuenta de que el león era inofensivo, todo el mundo lo aceptó como si fuera un lector más –aclaró Sergio.
–Además –contó Helena–, al león le encantaba la hora del cuento. Era el mejor escuchador que había pasado por la biblioteca.
–Y también le gustaba ayudar a la bibliotecaria –puntualizó Sergio– La gente decía: “Qué león tan servicial, ¿cómo hemos podido vivir sin él?”
–Pero ¿era un león de esos de cuento, un león que hablaba como nosotros? –preguntó otro niño.
–Era un león, león, un león de la selva, de los que no hablan, de los que los que sólo rugen cuando se enfadan –explicó Fabio.
–Yo, lo que no acabo de entender es cómo dejaban estar a un león en la biblioteca –volvió a interrogar la niña que había preguntado la primera.
–Lo dejaban estar allí siempre y cuando cumpliera las normas, como no meter ruido y portarse bien –le contestó Helena–. Aunque, un día, por ayudar a la bibliotecaria, infringió las reglas, y tuvo que marcharse de la biblioteca.
–¿Y ya no volvió más? –preguntó una niña en tono de tristeza.
–Eso –respondieron los tres a la vez– vas a tener que averiguarlo leyendo el libro León de biblioteca.
–O sea, que se trataba de un cuento, no de una historia de verdad –afirmo decepcionada otra niña que había seguido con mucho interés el relato de sus compañeros.
–Claro que es un cuento. Siempre contamos en clase los cuentos que nos gustaron mucho como si los hubiéramos vivido de verdad, le comentó con suavidad Helena. Tú también lo has hecho.
–Sí ya lo sé –volvió a decir la niña que se sintió decepcionada–, pero es que ahora, me parecía tan verdadero lo que estabais contando que creí que os había ocurrido de verdad.
–¿Acaso lo que vivimos leyéndolo no es como si hubiera ocurrido de verdad? –preguntó Lidia, la profesora, un segundo antes de que tocara el timbre para salir al recreo.

La historia de Erika
Autora: Ruth Vander Zee
Ilustrador: Roberto Innocenti
Editorial: Kalandraka
(Texto publicado en La Oreja Verde)

Ángel, el tutor de sexto del colegio público Sherezade, incitaba constantemente a sus alumnos a preguntar. En un lugar destacado del aula había colocado un gran cartel en el que podía leerse una frase del poeta Antonio Machado que decía:
“Preguntadlo todo. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo demás allá? Vosotros preguntad siempre, sin que os detenga el aparente absurdo de vuestras interrogaciones. Veréis que el absurdo es una especialidad de las respuestas.”
No es de extrañar que todos los días las clases comenzasen con preguntas de los niños y niñas que, de inmediato, volaban en busca de respuestas.Una de las preguntas voladoras de un lunes, fue la que formularon Inés Costales y Aida Lorenzo, las dos de 11 años.
–Profe, hemos visto en la tele que hace ahora 60 años se liberó a mucha gente que estaba encerrada en campos de concentración, ¿qué eran esos campos? ¿Por qué encerraban en ellos a la gente?
–Más que campos de concentración –les dijo Ángel– hay que llamarlos campos de exterminio. Los alemanes, mandados por Hitler, asesinaron en ellos a seis millones, repito, seis millones de hombres, mujeres y niños desde 1933 hasta 1945. Aquellos lugares eran auténticas fábricas de muerte.
–¡Qué horror! Pero, ¿por qué los mataron?
–Por ser judíos, gitanos, homosexuales o minusválidos. Mirad, aquí tengo un libro, que acaba de publicarse, en el que se cuenta con unos impresionantes dibujos y un texto breve, pero sobrecogedor, La historia de Erika, una mujer cuya madre desapareció en uno de esos terribles campos. Dice en el libro: “En su camino hacia la muerte, mi madre me lanzó a la vida”. Entenderéis lo que significa esta frase si leéis este relato.Inés y Aida cogieron el libro y empezaron a leerlo. Pocas veces habían llorado al leer un libro, esta fue una de esas veces.Al día siguiente, el maestro les preguntó:
–¿Creéis que hay que leer libros así?
Y las dos, como si se hubieran puesto de acuerdo, respondieron:
–Claro que sí. Hay que leer libros como este para saber qué ocurrió y no olvidarlo nunca, para que no vuelva a suceder jamás un horror semejante.