lunes, 16 de diciembre de 2013
martes, 10 de diciembre de 2013
domingo, 3 de noviembre de 2013
domingo, 6 de octubre de 2013
jueves, 26 de septiembre de 2013
sábado, 20 de julio de 2013
La celebración de la palabra
A lo largo de mi vida profesional, me ha tocado organizar
muchas conferencias y he asistido, y sigo asistiendo, a muchas otras. Uno trata
de buscar chispas de lucidez que lo iluminen en las palabras de los otros.
He tenido ocasión de escuchar magníficas exposiciones, pero
también, las más de las veces, he sufrido conferencias karaoke, en las que
alguien, auxiliado por el dichoso PowerPoint, pretendía convertirnos en
estúpidos leyendo lo que todos podíamos leer en la pantalla. He escuchado a
demasiados ególatras hacer tantas referencias a sí mismos que no dejaban ni un
resquicio para que entrara más discurso que el de su omnipresente yo. Y he
soportado sermones de gurús de diversa índole que lanzaban dos ideas con voz
entusiasta repitiéndolas una y otra vez, como si en la repetición estuviera la
verdad, dejando al auditorio embobado contemplando los fuegos artificiales de
sus naderías.
Lo cierto es que apenas se publican comentarios críticos sobre
tan extendida actividad oratoria.
Sirva esta introducción para destacar la charla-entrevista que
el periodista y escritor Miguel Barrero sostuvo con Antonio Muñoz Molina en el
Centro Niemeyer.
Adelanto que me produce una gran alegría poder escribir sobre
lo bien hecho, dado que la conversación, mantenida con pulso exquisito por un
periodista muy bien documentado, pero que en ningún momento alardeo de su
conocimientos, fue un ejemplo extraordinario de lo que es la difícil sencillez.
Congregar en un teatro a casi seiscientas personas para oír hablar a alguien
tiene gran mérito. Y eso que los organizadores no lo pusieron fácil, pues,
aunque el acceso era gratuito, había que retirar invitaciones, y sólo se podían
recoger en las oficinas del Niemeyer y en la Universidad Laboral de Gijón. A
quien deseara ir, pongamos, desde Oviedo, Langreo o Navia no le quedaba más
remedio que perder casi una mañana o una tarde en conseguir entradas. Por eso
la gran afluencia de público fue aún más estimable.
Si analizamos el acto como si hubiera sido una representación
teatral, lo que en cierto modo fue, comprobamos que nada faltó, que nada sobró,
que nada rechinó. En el gran escenario que albergaba el encuentro se montó una
sobria escenografía: dos acogedores butacones con orejeras y una pequeña mesa.
La creación de un espacio intimista en el que no sólo estaban los actores, sino
que abarcaba también al público, se consiguió a la perfección con la magistral
dosificación de la luz. Qué poco se valora ese alarde técnico gracias al cual
se logra centrar aún más la atención del espectador. El recogido ambiente
creado por el efecto lumínico se completaba con un sonido impecable.
La charla estuvo precedida por una necesaria introducción del
poeta Jordi Doce, coordinador y alma del “Ciclo de Palabra” en el que se
enmarcaba el acto.
Y fue de verdad una celebración de la palabra –dicho sea en
sentido no religioso–, de la palabra que sirve para comunicarse, para
conversar, para compartir, para acercarse en la discrepancia. Y cómo
contrastaba esa No violencia verbal que practica Muñoz Molina, cultivador
ejemplar de la templanza, con la vociferación, el grito, la crispación, la
exaltación del yo o la pedantería que tanto se fomenta. Ya Jovellanos deploraba
la actitud de aquellos que ponían en sus pulmones lo que les faltaba a sus
razones.
Si la violencia crea su propia dinámica, como decía el
entrevistado, también la No violencia crea la suya. Fue la que vimos allí
escenificada entre Muñoz Molina y Miguel Barrero, esa No violencia que muchos y
muchas desearíamos que predominara en las relaciones humanas. Esa No violencia
que explica la aparente contradicción de “rebelión cívica” que propugna Muñoz
Molina.
Como dice la escritora argentina Ivonne Bordelois en su obra:
“La palabra amenazada”, “nada favorece y robustece más la esclavitud que la
pérdida del lenguaje”. Perder la palabra es ir directos hacia la sumisión. La
palabra se pierde cuando no se ejerce para hablar, sino para ordenar o imponer,
cuando no se presta atención atenta, cuando sólo se utiliza para escucharse a
sí mismo, cuando se usa para gritar, humillar, blasfemar, rebajar o insultar.
Muñoz Molina se mostró, sobre todo, como un gran narrador.
Pero no de esos que van del yo al yo, esto es, de los que cuentan para su ego,
o para oírse en los demás. Experimentado viajero, ha ido de su Yo al territorio
desconocido del Otro o de los Otros. Y nos demostró que, para trasladarse a ese
territorio, quien escribe debe tener la capacidad de escucha muy, muy atenta,
muy, muy afinada, muy, muy abierta, con el fin de conseguir transformar ese
milagro de la imaginación que es una buena obra literaria en algo que ataña a
todos. Y no debemos olvidar que ese vínculo con la palabra, que nos caracteriza
como seres humanos, empieza en la cuna, en ese irremplazable momento en el que
a un bebé se le narra un cuento.
Por eso, acontecimientos como el de la conversación entre Muñoz Molina, Miguel Barrero y el público asistente, son una puerta abierta para entrar en una convivencia distinta en la que primen el respeto, el amor a lo bien escrito y a lo bien hecho, el escuchar a los demás y el salirse de uno mismo. Un gran camino por hacer.
Por eso, acontecimientos como el de la conversación entre Muñoz Molina, Miguel Barrero y el público asistente, son una puerta abierta para entrar en una convivencia distinta en la que primen el respeto, el amor a lo bien escrito y a lo bien hecho, el escuchar a los demás y el salirse de uno mismo. Un gran camino por hacer.
Paco Abril. Artículo publicado en La Nueva España (27-06-2013)
domingo, 9 de junio de 2013
Distrito Llano
Invito,
a quienes lean estas líneas, a pasarse por el barrio de El Llano y descubrir
una ejemplar iniciativa de colaboración entre diferentes profesionales de este
lugar de Gijón. Con esta propuesta a contracorriente, las personas que la
realizan están demostrando lo mucho que se puede hacer con muy poco.
Pero
antes de explicar esa iniciativa, les ruego que me acompañen al pasado. Vamos a
retroceder algunos años antes del descubrimiento de América. La facultad de la
imaginación nos permite realizar ese viaje en el tiempo. Entremos en un taller
donde se venden mapas. ¿Qué características poseen esas representaciones
gráficas de la superficie terrestre? A poco que los observemos, veremos que reducen
el mundo a unos límites muy pequeños. Quienes dibujaron esos mapas llenaron lo
desconocido –que era mucho más que lo conocido– con lo más terrorífico de lo
imaginario. Los cartógrafos medievales, antes de admitir que ignoraban lo que
había más lejos de lo que estaba documentado, preferían rellenar de espantos
esos territorios y mares ignotos. Aquellos inventores de fábulas eran
cartógrafos del terror. Pero, aunque su influencia fue enorme y desalentó
algunas exploraciones, no pudo anular el deseo humano de querer seguir
descubriendo.
Nuestros
cartógrafos actuales, los que llamamos expertos, esos agoreros entre los que
predominan los economistas, nos dibujan el futuro con igual negrura que los
medievales pintaban los territorios ignotos. Quieren hacernos creer que no hay
vida más allá de los dominios asolados por ese monstruo devorador de
iniciativas al que han dado en llamar crisis. Lo peor de ese ser desmesurado es
que pretende comernos hasta la moral. Ellos mismos, y sus secuaces, se encargan
de alimentarlo a diario con sus mensajes catastrofistas. Y nos lo han colocado
delante de las puertas del porvenir con el fin de aterrorizar a quien pretenda
salirse de esa cárcel sin rejas.
A
esta visión limitadora, restrictiva, sólo se la pudo combatir en la Edad Media,
y también es posible hacerlo ahora, con una imaginación expansiva. En aquella
época fue esa imaginación de mayor potencia que la restrictiva, esto es,
aquella que formulaba la idea de que existía un mundo más allá de los límites
trazados por los mapas del miedo, la que abrió nuevas rutas, nuevas posibilidades.
Ahora, más que nunca, necesitamos del auxilio de esa
facultad de nuestra mente que nos permite conjeturar, idear, concebir, crear,
prefigurar, pensar, soñar despiertos. Tony Judt, en uno de los más
clarividentes análisis que se han hecho sobre la problemática del mundo actual,
se pregunta y nos pregunta: «¿Por qué nos resulta tan difícil siquiera imaginar otro tipo de sociedad? ¿Qué nos impide concebir otra
forma distinta de organizarnos que nos beneficie mutuamente? Parecemos
incapaces de imaginar alternativas».
Volvamos al principio, en el barrio El Llano, de Gijón, ha
surgido una importante iniciativa de imaginación expansiva. Establecimientos
relacionados con la artesanía y con la creación artística han unido sus
esfuerzos para, juntos, promover actividades, potenciar sus pequeños comercios
y ayudarse mutuamente. «Juntos» es precisamente el título de un libro del
sociólogo Richart Sennet. En él dice: «La cooperación lubrica la maquinaria necesaria
para hacer las cosas y la coparticipación puede compensar aquello de lo que tal
vez carezcamos individualmente. Aunque inserta en nuestros genes, la
cooperación no se mantiene viva en la conducta rutinaria; es menester
desarrollarla y profundizarla».
Cooperar es harto difícil porque hemos sido educados para
exacerbar el individualismo, para exaltar el yo por encima del nosotros, para
enaltecer la competitividad como el máximo de los valores. Pero si cambiamos de
chip mental y empezamos a ver esa cooperación como una fuerza, y no como una
debilidad, comprobaremos, vuelvo a Sennnet, que es «un intercambio en el cual
los participantes obtienen beneficios del encuentro».
Quienes han iniciado el «Distrito Llano» se han decidido a
hacer camino al andar, al decir de Machado. Y a emprender ese camino juntos,
sin alharacas, sin redes de protección, sin subvenciones, sin líderes ni gurús
que los guíen. Detrás de ellos sólo están ellos con sus pequeños proyectos, con
su esfuerzo, con su imaginación.
«Distrito
Llano», está proponiendo, en resumen, un arte muy laborioso y poco ejercitado,
el arte de cooperar, al arte de ayudar, el arte de imaginar, el arte de ponerse
de acuerdo, el arte de emprender iniciativas comunes. Todo eso junto y juntos,
casi nada.
Paco Abril (publicado en La Nueva España, 07-06-2013)
lunes, 21 de enero de 2013
Ficciones necesarias
Esta información de La Nueva España, diario regional de Asturias, se hace eco de la mesa redonda en la que participé para hablar sobre "Los dones de los cuentos".
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