Editorial: Alfaguara Infantil
(Texto publicado en La Oreja Verde)
El profesor de quinto, del colegio Andersen, siempre les preguntaba a sus alumnos sobre lo que habían leído, y sobre lo que más les gustaba de eso que habían leído. El viernes pasado, sin embargo, el preguntador se convirtió en preguntado.
–Profe –intervino un niño en nombre de sus compañeros –todos los días nos preguntas cuáles son nuestras lecturas favoritas, pero hoy, si no te importa, nos gustaría que nos contestaras tú. ¿Cuál es tu cuento preferido, el que más te ha gustado en toda tu vida?El profesor, pillado por sorpresa, se sentó en su silla, colocó los codos encima de la mesa, apoyó las manos en la barbilla, levantó sus gafas con los dedos meñiques y dijo muy despacio:
–Vuestra pregunta me ha traído a la cabeza un montón de cuentos extraordinarios, por lo que creí que no iba ser capaz de destacar uno entre tantos. Sin embargo, como si se hubiera iluminado de repente, en mi memoria resalta uno que siempre ha estado conmigo. Tengo ediciones en varias lenguas y hasta he conseguido los muñecos de los personajes que lo protagonizan. Es, además, el cuento que más veces he contado, y es uno de los libros preferidos de mi hijo de tres años. Mirad aquí tengo unas fotos de mi niño leyendo este libro.
–Profe, todavía no nos has dicho cómo se titula ese cuento.
–Lo iba a decir ahora. Su título es Donde viven los monstruos, y su autor e ilustrador se llama Maurice Sendak. A este autor se le considera el Picasso de la literatura infantil por sus fabulosas ilustraciones. Cuando apareció este libro, en el año 1963, en Estados Unidos, con el título Where the wild things are, hubo padres, psicólogos y maestros que protestaron contra su publicación. Argumentaban que no era un libro adecuado para niños, pues podía darles miedo ver los monstruos que salían en él.
–Dices que lo has contado muchas veces, pero no a nosotros, profe, y la verdad es que nos has metido en el cuerpo las ganas de oírlo.
–Pues aquí lo tengo –dijo el profesor.– Lo había guardado en mi cajón esperando la ocasión adecuada para contároslo, y esa ocasión ha llegado hoy.
El maestro leyó con entusiasmo Donde viven los monstruos. Sus alumnos, de once años, seguían aquel relato fascinados en la voz de su profesor, a la vez que se maravillaban con las extraordinarias ilustraciones del libro que les iba mostrando.Era la historia de un viaje. La habitación de un niño llamado Max, al que su madre acaba de castigar en su cama sin cenar por hacer todo tipo de travesuras, se transforma en un bosque y en un mar, y aparece, sin que importe cómo, un barco, y el niño viaja en ese barco a la isla donde viven los monstruos. Y aquellos seres terribles nombran a Max el rey de todos los monstruos.
Cuando el maestro terminó su relato, el libro empezó un viaje de mano en mano. Todos querían disfrutarlo de cerca. De pronto, la voz de una niña se alzó por encima del murmullo de la clase.
–Profe, creo que ya sé por qué cuando se publicó el libro hubo gente que puso el grito en el cielo.
–Cuenta, cuenta. Me interesa mucho tu opinión.
–Creo que en ese cuento los monstruos representan a los adultos. El niño los domina, por eso los mayores no quieren que lo leamos, porque son ellos los que tienen miedo de que los podamos dominar.
–Fantástica conclusión para acabar la clase, pero no se lo digáis a nadie no vaya a ser que os prohíban la lectura del que, para mí, es uno de los mejores cuentos del mundo.
Basado en el cuento de Hans Christian Andersen
Fotografías: Polly Borland
Editorial: Serres
(Texto publicado en la Oreja verde)
Lucía, Andrea y Alfonso, los tres de siete años, salieron al patio a leer La princesa y el guisante.
Fue un libro que les atrajo nada más verlo en la biblioteca escolar. En la cubierta se veía a una chica subiendo por una escalera. Parecía querer meterse en el cuento. Andrea, muy decidida, propuso a sus compañeros.
“¡Vamos a seguir a esa chica!”
Y sin dudarlo un instante, los tres se metieron de cabeza en la historia. Empezaba como casi siempre empiezan los cuentos de siempre:“Había una vez”.
Sólo con pronunciar esas palabras los niños se metieron dentro.
El “había una vez” era una frase mágica.
Lucia, Andrea y Alfonso se deslizaron por las páginas del libro como si estuvieran bajando por un tobogán que les llevara a un mundo extraordinario.
Nada más llegar, conocieron a un rey y a una reina que tenían un hijo.
Cuando el príncipe se hizo mayor, los padres decidieron casarlo con una princesa.
El príncipe dijo que bueno, que sí, que se casaría, pero la princesa tenía que ser “más encantadora que la luna, más fascinante que las estrellas del cielo y tener un algo especial.”
Lo de fascinante y encantadora estaba más o menos claro. Más o menos. Pero lo que ni siquiera el príncipe sabía explicar era qué significaba eso de tener “algo especial”.
Lucia, Andrea y Alfonso pensaron qué cualidades podrían ser especiales.
¿Qué querría decir el príncipe con especial?
Siguieron adentrándose en el libro tratando de descubrirlo.
Los niños lectores salieron de viaje con el príncipe por los reinos vecinos y conocieronprincesas bellas, pero vanidosas; inteligentes, pero aburridas, interesantes, pero con una cierta tontería.
La verdad es que no era nada fácil averiguar qué era tener “algo especial”.
Por fin, continuando su viaje por el libro, llegaron hasta una casita situada en lo alto de un árbol en la cima de una montaña.
Allí vivía una joven bellísima “que tenía el cabello negro más bonito que nadie haya visto jamás. Era preciosa, curiosa, inteligente, simpática y tenía “algo especial.”
Y siguieron a aquella princesa –porque se trataba de una princesa– intentando verle lo especial.
La siguieron por un bosque oscuro y salvaje.
De repente, se vieron sorprendidos por una gran tormenta de cuento.“El viento aullaba, los árboles chirriaban y crujían, la lluvia inundaba los campos y los relámpagos aparecían como fuego en el cielo oscuro”.
Se pusieron empapados, los niños y la princesa. Además estaban perdidos en aquel lugar, en medio de no sabían dónde.
Pero Lucía, Andrea y Alfonso, para no pillar un resfriado, salieron de allí, ¿cómo?, pasando la página de la tormenta, claro está. Y se encontraron con la princesa empapada llamando, ¡qué casualidad!, a la puerta del castillo del príncipe.
El que quiera saber lo que pasó después, tendrá que meterse dentro del libro, igual que hicieron Lucía, Andrea y Alfonso.
“Un momento, un momento –pide una lectora intrigada– ¿consiguieron saber qué era ese algo especial?
Pues creo que era la capacidad de sentir lo que otros no son capaces de sentir.
“Y el libro, ¿qué nos dices de él?”
Pues que también es muy especial. Su texto, sus ilustraciones, sus fotografías tienen eso que lo convierten en algo muy, pero que muy, muy especial.
Autora e ilustradora: Jeannette Winter
Editorial: Juventud
(Texto publicado en La Oreja Verde)
Nuria Fuente, Ramón Llames y Claudia García, los tres de ocho años, acababan de entrar en la biblioteca del colegio cuando, de pronto, surgió ante ellos una mujer de cara redonda y bondadosa. Llevaba un pañuelo azul de lunares en la cabeza y un montón de libros en los brazos. Al ver a los tres compañeros, les dijo con exquisita amabilidad.
–Ah, muchas gracias por haber venido. Por un momento pensé que tenía que transportar los libros yo sola. Por favor, podéis ir trayendo todos los que quedan en las estanterías. ¡Hay que salvar los libros!
–¿Salvarlos de qué? –preguntaron los tres a la vez.
–De qué va a ser, de la guerra. ¿No os habéis dado cuenta? Están bombardeando la ciudad. La biblioteca corre grave peligro. Tenemos que darnos prisa.
–Pero, señora, ¿qué ha pasado? ¿Dónde estamos? ¿Quién es usted? –preguntó Nuria.
–Pobrecillos, no sabéis ni dónde estáis. Y no me extraña. Aquí ya nadie sabe dónde está ni qué va a ser de él. Pero que mal educada soy, si ni siquiera me he presentado. Me llamo Alia Muhammad Baker y soy la bibliotecaria de la ciudad de Basora.
–¿Basora? ¿Dónde está eso? –interrogó Claudia.
–Os veo un tanto perdidos, es natural. Han ocurrido todo tan deprisa. Basora es una preciosa ciudad situada al sur de Irak. ¿Qué ha ocurrido? Que de repente nos ha venido la guerra como si fuera un monstruo destructor que pretendiera acabar con todo. Por eso tenemos que poner los libros a salvo antes de que bombardeen la biblioteca.
–Pero señora nosotros estamos en nuestra biblioteca del colegio, no en Basora –replicó Ramón.
–Por supuesto, ya los sé, por eso, habéis llegado hasta aquí. Nada más entrar, se os ocurrió abrir mi libro, ese que todavía tenéis en las manos y que se titula La bibliotecaria de Basora, una historia real de Irak. Y ahí dentro estaba yo esperando ayuda, esperando también contarle a alguien lo me ha ocurrido. Gracias por entrar.
–De nada, pero no sabemos cómo la podemos ayudar, sólo somos unos niños de 8 años –comentaron a la vez.
–Me podéis ayudar leyendo mi historia y recomendando a vuestros compañeros que también la lean. Así sabrán lo qué pasó. Y ahora, por favor, ¿me ayudáis a meter los libros en mi coche?