Las clases de tuba
Autor: T.C. Bartlett
Ilustradora: Monique Felix
Editorial: Kalandraka
La maestra de segundo curso del colegio Sherezade, dijo a sus alumnos nada más empezar la clase:
–Quiero enseñaros un cuento fabuloso. Se titula Las clases de tuba. A diferencia de los cuentos que todos los días leemos, éste no tiene texto escrito, sólo preciosas imágenes con una frase al principio y otra al final.
–Pero, seño –dijo Ana, de 7 años, una niña que parecía tener siempre la boca llena de preguntas interesantes–, tú dijiste una vez que las historias hay que pensarlas primero, y que eso es como escribirlas en la cabeza. O sea, a ver si me explico, que aunque en ese libro no haya apenas nada escrito, el autor tuvo que escribir el cuento en su cabeza, ¿no?
–Pues sí, Ana, te explicas muy bien. Y, en efecto, el que pensó este cuento, lo escribió en su cabeza y se lo contó después a una ilustradora. La ilustradora lo pintó en papel con unos dibujos tan extraordinarios que sólo con ellos se entendía de maravilla la historia. Así que el autor supongo que diría: «Yo he escrito este libro en mí cabeza, la ilustradora lo ha contado con dibujos tal y como yo lo he imaginado, por lo tanto no necesito añadirle más palabras». Y por eso este libro se cuenta con hermosos dibujos y no con palabras escritas.
–Seño, Enséñanos ya ese cuento, por favor. Estoy deseando verlo –dijo Manuel, un niño al que le encantaban las historias de su profesora.
–Mirad, acercaos. Como en los cuentos todo es posible, este niño sale de su casa. Lleva una tuba. Alguien, le dice: «¡Y no te entretengas por el bosque, que vas a llegar tarde a las clases de tuba!»
¿De quién será la voz que sale de dentro de la casa?
–¡De la madre! –contestaron a coro casi todos los alumnos. Ya no hay, como os dije, más texto hasta llegar al final. Decidme, ¿por dónde camina el niño?
–Por un pentagrama –respondieron cinco niños a la vez.
Y una niña añadió:
–Por un camino de música.
–¡Oh, sí, fabuloso, por un camino de música! –repitió la maestra. Ahora vamos a leer las imágenes y vosotros ponéis las palabras, ¿vale?
Toda la clase fue con el niño por el bosque. Y cómo él, se entretuvieron por el camino. Y llenaron de palabras entusiasmadas aquel cuento que no tenía palabras. Y vivieron una aventura prodigiosa.
Os aseguro que los niños y niñas que vivieron este cuento, quedaron tan entusiasmados con él, que ahora sueñan con vivir una aventura tan fabulosa como la del niño protagonista de Las clases de tuba.
Ojalá las personas mayores lo leyeran también. Les serviría para entender un poco mas a los niños.
Autora: Trinitat Gilbert
Ilustradora: Mariona Cavassa
Editorial: La Galera
(Texto publicado en La Oreja Verde)
Uno de los profesores de quinto, les propuso a sus alumnos que investigaran, cual si fueran detectives privados, sobre algo de comer que les gustara mucho. Tenían que averiguar de dónde procedía, cómo se elaboraba, dónde se compraba y todo cuanto pudieran indagar del alimento que hubieran escogido.Paula Hidalgo y Carlos González, los dos de diez años, tuvieron muy claro desde el principio lo qué les gustaría conocer a fondo. A los dos les encantaba el chocolate, por lo tanto investigarían, sin dudarlo, sobre su manjar preferido.
«Pero», se preguntaron nada más haber tomado esa decisión, «¿por dónde empezamos nuestras pesquisas».
Detengámonos en esta última palabra un momento. Fue Paula la que dijo «pesquisas», la había oído en una película policíaca. Una chica contaba a su amiga: «Las pesquisas de la policía permitieron descubrir al asesino».
Comprobó, en el diccionario, que pesquisa significa indagación, investigación, o sea, que la palabrita en cuestión definía muy bien su tarea detectivesca.Volviendo a donde nos habíamos quedado, Carlos propuso empezar a buscar en la biblioteca. «Allí es seguro que no hay chocolate», dijo riéndose, «pero quizá encontremos un libro que nos dé alguna pista».En la biblioteca encontraron más que una pista, encontraron justo el libro que estaban buscando y no lo sabían, el que les iba a dar los datos precisos y preciosos para resolver la tarea que se les había encomendado. Fue su gran descubrimiento.
El libro se titulaba, precisamente, Chocolate. Nada más tenerlo en la mano, se dieron cuenta de que estaba hecho con el mismo cuidado con el que los maestros chocolateros elaboraban sus deliciosos bombones.
En sólo cuarenta y cuatro páginas se contaba, de manera amena, interesante y atractiva todo lo que no sabían del chocolate, de qué planta se extrae, cuál es su origen, cómo se descubrió, cómo se elabora, y hasta varias recetas y un cuento.Para Carlos y Paula fue una delicia saborear aquel libro que les llevó del sabor al saber.
Autor e ilustrador: Leo Lionni
Editorial: Kalandraka
(Texto publicado en La Oreja Verde)
Álvaro, Paula y Pelayo estaban en la biblioteca cuando, de repente, vieron un pequeño pez negro que les llamaba. Es curioso, ninguno de los tres se asombró de que un diminuto pez les dirigiera la palabra.
“Por favor, venid conmigo, les dijo el pececillo”.
Y los tres, sin dudarlo un instante, se sumergieron en el libro titulado Nadarín. Y está fue la conversación que mantuvieron con el pez.
–¿Para que querías que te siguiéramos?
–Es que me sentía muy solo, asustado y triste.
–¿No tienes familia ni amigos?
–Bueno, veréis, yo vivía con una bandada de peces que eran todos rojos. Yo era el único de color negro.
–¿Y no te querían por ser negro y te echaron de la banda?
–No, no de ninguna manera. ¿Por qué no me iban a querer?
–Lo que pasó es que un día vino un atún enorme y, de un bocado, se zampó a todos los pececillos rojos. Yo fui el único que consiguió escapar.
–Oh, qué terrible.
–Sí, fue terrible. Pero ahora, al veros a vosotros se me ha pasado la tristeza. Seguidme, el mar está lleno de maravillas.
Los tres compañeros siguieron a Nadarín y contemplaron, fascinados, grandes medusas del color del arco iris, impresionantes anguilas, extraños peces.
De pronto, los niños vieron que Nadarín se encontraba con un grupo de pececillos de su especie y se ponía muy contento. Y oyeron cómo los invitaba a surcar el mar contemplando las maravillas que él había empezado a vislumbrar. Y escucharon la respuesta atemorizada de los pececillos a Nadarín. “No podemos salir de aquí, el gran pez nos comerá”.
“Nos comerá, nos comerá, nos comerá”, parecían repetir los miles de pececitos rojos.
Y volvieron a oír a Nadarín que les decía a los pececitos:
“Pero no podéis quedaros ahí para siempre. Tenemos que pensar algo”.
Y Álvaro, Paula y Pelayo vieron, por último, la genial idea que puso en práctica Nadarín para que los pececillos pudieran ir nadando por el ancho mar sin temor al gran pez.
“¿Qué idea fue esa?”, preguntó una niña cuando lo contaron en clase.
“Quien desee saberlo dijo Lydia, la profesora, tendrá que lanzarse al mar, como hicieron vuestros compañeros y seguir a Nadarín nadando por las páginas de su libro.